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El papa Francisco y los diversos libertarianismos

Texto original publicado en Crux.

En un reciente mensaje a la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, el papa Francisco señala algunas preocupaciones morales acerca de un fenómeno que, según sus palabras, supone una “invasión en los niveles más altos de la cultura y la educación, tanto en las universidades como en las escuelas”: se trata del “individualismo libertario”.

El primer día de mis clases de filosofía en la universidad, el profesor nos advertía de que, si queríamos tener una discusión o un debate inteligente, debíamos comenzar definiendo con claridad los términos del debate. Los intercambios de ideas pueden ser acalorados e intensos pero pueden, en última instancia, terminar por ser inútiles si no se respeta este primer paso con convicción.

Consideremos la propia definición que el Papa ofrece de lo que está criticando. Al igual que sucede con la noción de capitalismo, la palabra libertario está incrustada en diversos tipos de definiciones, algunas amplias y otras acotadas, así como matizadas o directas. ¿A qué se está refiriendo el Santo Padre?

Cuando el Papa habla de individualismo libertario, tiene en mente algo que considera que “exalta un ideal egoísta”, por el que “es sólo el individuo el que da valor a las cosas y a las relaciones interpersonales” y donde “solamente el individuo decide lo que es bueno y lo que es malo”.

Esto, afirma el Papa, es consecuencia de creer en la “autocausalidad”, por la que interpreto se refiere al rechazo al carácter de lo dado presente en la naturaleza humana y a la opción por una autonomía radical en la que la moralidad ya no es el tema de la libre adhesión a la verdad acerca del bien y del mal, sino que simplemente el hombre es ahora quien determina lo que está bien y lo que está mal.

Todo esto, sostiene el Papa, y estoy de acuerdo, “niega el bien común”. Uno podría agregar que también niega toda la tradición de la ley natural vía la exaltación de la subjetividad y la desvinculación de la conciencia de las verdades cognoscibles por la fe y la razón.

Pero la parte más interesante de los comentarios del Papa surge al afirmar que el individualismo libertario “niega la validez del bien común, ya que por un lado presupone que la idea misma de común implique la constricción de al menos algunos individuos, por otro que la noción de bien prive a la libertad de su esencia”. Se trata de algo “antisocial” desde su raíz.

En un nivel, el Papa expresa preocupación acerca de la mentalidad que supone el rechazo a que existan condiciones que potencian el desarrollo humano (que es el modo como la Iglesia Católica entiende el bien común) mediante la aceptación de restricciones comunes (el Estado de Derecho es un buen ejemplo).

Además, el Papa parece criticar cualquier sistema ético que tenga a la libertad, en el sentido de ausencia de limitaciones, como su objeto y fin propios. Para los católicos y otros cristianos, la libertad es mucho más que la simple libertad negativa, es decir ser libre de restricciones, o la capacidad de querer X en lugar de Y.

Todo esto es la doctrina católica de siempre. La pregunta que queda por resolver es si el Papa está ofreciendo una definición adecuada o precisa del libertarianismo.

Conviene tener en cuenta que existen muchas corrientes dentro del libertarianismo: libertarios lockeanos, libertarios humanitarios (bleeding heart libertarians), libertarios nozickianos, libertarios hayekianos, libertarios randianos, incluso anarcocapitalistas rothbardianos, por mencionar solo algunos ejemplos. Estas escuelas de ningún modo coinciden en todos sus aspectos. Por interesante que pueda parecer el análisis de las diferencias entre estas distintas corrientes, creo que es más productivo esbozar algunos conceptos que sospecho que todos los que adhieren seriamente a alguna de estas corrientes suscriben. De este modo se podría ofrecer una alternativa al tipo específico de libertarianismo que el Papa está denunciando que también nos inocule contra las alternativas colectivistas que algunos podrían creer que el Papa estaría defendiendo.

Los seres humanos no son simplemente individuos, aunque coloquialmente usemos esta palabra para describir a la gente. Ciertamente, los seres humanos disfrutan del tipo de libertad legítima y distintiva a la que algunos pensadores (como por ejemplo Aristóteles y Tomás de Aquino, entre otros) refieren a veces como una expresión de individualidad.

Incluso la Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, habla de la propiedad privada como la que confiere “una zona absolutamente necesaria para la autonomía personal y familiar, y debe ser considerada como una ampliación de la libertad humana”.

También sabemos, a partir de la razón natural y de la ciencia natural, que, desde el primer momento de la concepción, cada ser humano es biológicamente distinto de su padre y de su madre. Su ADN, por ejemplo, es diferente. Sin embargo, al mismo tiempo, ese mismo ser humano individual se encuentra en relación con su madre y con su padre.

En resumen, la persona humana es simultáneamente tanto un ser individual como social. Desde esta perspectiva, tal vez resulte más adecuado hablar de los seres humanos no tanto como individuos sino como personas.

La realidad social de personas relacionándose con personas es lo que constituye una comunidad humana. Se trata de un vínculo, que ciertamente implica algunas limitaciones, pero que no puede reducirse a estas.

Esto me lleva a la preocupación del Papa acerca de los vínculos y las restricciones en relación con la libertad humana. En este sentido, hace tiempo que encuentro los escritos del sociólogo Robert Nisbet de gran ayuda, en concreto la distinción que ofrece entre el poder y la autoridad.

Explica Nisbet que tanto el poder como la autoridad son formas de restricción. El poder es una forma de restricción externa a la persona. Esto significa que una obligación se impone a una persona sin tener en cuenta su libre albedrío, como sucede en un acto de violencia para forzar el comportamiento de otra persona.

Por otra parte, la autoridad es una forma de restricción interior a la persona, supone un código integrador que la misma persona suscribe y al que asiente, aunque pueda hacerlo a regañadientes, según el caso, como puede suceder a veces en el caso la abstención de comer carne los días viernes.

La mayoría de nosotros se somete libremente a todo tipo de autoridad, en el sentido que ofrece Nisbet de esta palabra; y con razón resienten de lo que Nisbet considera como imposiciones de poder.

Otra forma de autoridad, desde hace largo tiempo reconocida por la Iglesia, son, evidentemente, la ley legítima y los actos legítimos de los Gobiernos soberanos. La ley y el Gobierno ciertamente imponen restricciones sobre las personas, pero también crean vínculos específicos entre grupos particulares de personas.

Desde este punto de vista, se empieza a ver en muchos de los debates que se desarrollan entre personas de todo tipo de orientaciones o filiaciones político-ideológicas –incluyendo a quienes se denominan libertarios– inquietud ante los casos en que un vínculo se convierte en una restricción ilegítima, o cuando una restricción, a pesar de ser necesaria, es confundida con un vínculo; también preocupa cuando las sociedades se apoyan demasiado en las restricciones para que se haga el trabajo que normalmente solo puede ser llevado a cabo desde los vínculos.

Alexis de Tocqueville condensó muy bien todo esto al preguntarse: “¿Cómo podría la sociedad dejar de perecer si mientras los vínculos políticos se relajan no se estrechan los vínculos morales?”.

Estas son las preguntas que son y que deberían ser abordadas por las sociedades que aspiran a tomarse en serio la libertad, la justicia y el bien común. Vaya por delante también que se trata de ámbitos que siempre se encuentran en constante desarrollo.

La ironía, sin embargo, reside en que vivimos en un tiempo en que la preocupación por la libertad –especialmente en el sentido cristiano de la palabra–, lejos de invadir nuestras culturas, se encuentra bajo constante amenaza.

En algunas partes del mundo se encuentra amenazada por el tipo de populismo que ha hecho tanto daño en la Latinoamérica del papa Francisco (y está actualmente destruyendo Venezuela). En otros países está siendo lentamente estrangulada por las burocracias que rigen las socialdemocracias europeas.

También se encuentra el yihadismo, que está destruyendo la libertad de muchos, masacrando literalmente a decenas de miles de cristianos cada año.

Así, mientras las advertencias del Papa contra el individualismo radical –que la Iglesia católica siempre ha señalado– son importantes, esperemos que sus palabras no nos hagan perder de vista algunas de las profundas violaciones a la libertad que se están produciendo actualmente en todo el mundo.

 

El sacerdote Robert A. Sirico es presidente y cofundador del Acton Institute (www.acton.org) en Grand Rapids, Michigan, Estados Unidos.

Traducción de Mario Šilar, senior researcher, Instituto Acton.

N. del T.: las citas del mensaje del Santo Padre a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales se toman del Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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