Menú

Análisis crítico de la revolución rusa

La revolución rusa originó desde sus mismos inicios una copiosa bibliografía que, en términos generales, no pasó de constituir una acumulación de escritos propagandísticos de mayor o menor valor literario como el famoso Diez días que conmovieron al mundo de John Reed. En parte, porque fue un acontecimiento impregnado poderosamente de factores propagandísticos; en parte, porque buena parte de la documentación resultaba inaccesible hasta la desaparición de la URSS, los textos de historia de la revolución que verdaderamente merecían la pena y que podían considerarse imparciales y bien documentados eran muy escasos. Posiblemente, hasta la fecha, la mejor historia de este episodio siga siendo The Russian Revolution de Richard Pipes pero la extraordinaria obra del historiador norteamericano cuenta desde hace unos años con un magnífico rival en el libro del británico Orlando Figes titulado A People´s Tragedy que acaba de publicar Edhasa. La obra de Figes resulta especialmente interesante porque se fundamenta de la manera más sólida en las propias fuentes rusas y al ser algunas de éstas procedentes de personajes particulares permite adentrarse en la psicología de los millones de protagonistas y víctimas de la revolución más relevante del siglo XX. Los resultados son ciertamente apasionantes. Figes, por ejemplo, desmonta la idea convencional de una revolución de febrero exenta de sangre. Es cierto que el derrocamiento de la monarquía no fue ni lejanamente tan cruento como el proceso desencadenado por los bolcheviques pero no faltaron las palizas, los saqueos o los ajustes de cuentas y, sobre todo, se pudo apreciar en todo esto un caldo de cultivo de envidias y resentimientos que acabaría cristalizando en el drama posterior. Junto a las grandes proclamas, a los esfuerzos de Kérensky por afianzar el sistema democrático y a los intentos desesperados por continuar combatiendo a los invasores alemanes, la revolución de febrero fue también testigo de especuladores procedentes de las clases sociales más ínfimas cuyas incultas e inelegantes queridas compraban pieles y joyas al por mayor para lucirlas públicamente con el mayor descoco. Claro que el golpe de estado de los bolcheviques fue mucho peor.

Desde el principio, Lenin tenía más que claro que iba a implantar una dictadura en la que el "terror de masas" -por utilizar su propia expresión- iba a desempeñar un papel fundamental y en el que los fusilamientos en masa o la creación de una red de campos de concentración iba a resultar indispensable. ¿Por qué, a pesar de su maldad innegable, de su perversión intrínseca, de su carácter sanguinario triunfaron los bolcheviques? Las razones fueron diversas pero entre ellas no se encontró la de que no se supiera o viera cómo eran ni cómo actuaban. Más bien su conducta despiadada -no pocas veces salvaje- se convirtió en un reclamo para sectores importantes de la población. En primer lugar, los bolcheviques legitimaron actitudes como el resentimiento social, la envidia o el expolio. Para muchos ocupadores de tierras y saqueadores de haciendas -al igual que para asesinos y violadores- la prédica bolchevique resultó una especie de bendición desde lo alto para llevar a cabo sueños de venganza secular. Por primera vez en su vida robar, matar o violar a los que eran mejores o superiores no constituían delitos sino actos meritorios de lealtad revolucionaria y la manera en que el crimen se envolvió en una aureola de justicia tuvo en ciertos sectores sociales un carácter de sugestión realmente masivo.

En segundo lugar, los bolcheviques crearon una clase nueva de poderosos. Los miembros del partido -y los allegados- descubrieron que podían obtener comida, ropa o alojamiento cuando ninguno de estos bienes estaba al alcance de millones de rusos. El coro de estómagos agradecidos y bien promocionados durante la revolución y la guerra civil formó una clase nueva dominante que, bajo ningún concepto, estaba dispuesta a perder su presa y que para aferrarse a ella no tuvo el menor reparo en matar, torturar y detener a millones de personas. En tercer lugar, la alternativa representada por los ejércitos blancos nunca llegó a estar unida ni a convencer a sectores importantes de la población. En parte con razón y en parte sin ella, muchos la identificaron como una respuesta de la oligarquía y la combatieron convencidos de que luego todo sería mejor. Finalmente, no pocos sectores ilustrados e intelectuales del antiguo régimen zarista -lo mejor que tenía la nación- acabaron aceptando el bolchevismo como un mal menor, en parte, por sentirse culpables de no haber podido evitar la tragedia y en parte porque estaban convencidos de que acabaría pasando. Así, el ejército rojo de Trotsky funcionó no gracias a los comisarios comunistas sino a pesar de ellos porque el peso de las operaciones lo soportaron los oficiales veteranos del ejército zarista y lo mismo puede decirse de la producción o la burocracia.

Sin los cuadros zaristas, Lenin y los bolcheviques no hubieran podido hacer prácticamente nada. Para que se comportaran así el terror rojo resultó esencial pero también actuó un proceso de autoconvicción. En apariencia, pensaban, la nueva Rusia iba a realizar una reforma agraria, iba a defender las fronteras del país contra los agresores y acabaría volviendo a sus raíces nacionales por el peso de la realidad.

Al final, Lenin y sus secuaces engañaron a todos. Los campesinos no recibieron las tierras porque éstas se socializaron y pasaron a dependen de los koljoses donde la burocracia comunista logró aniquilar la agricultura más próspera de Europa en pocos años. Buena parte de los primeros comunistas desaparecieron en las purgas de los años veinte a manos de compañeros aún más despiadados -o más avispados- que ellos. En cuanto a los intelectuales e ilustrados no tardaron en darse cuenta -no pocas veces de camino hacia el campo de concentración o hacia el paredón- de que los bolcheviques nada tenían que ver con la Rusia eterna porque deseaban con toda su alma aniquilarla.

Ahora sabemos -¿quién puede atreverse a negarlo?- que el sistema creado por Lenin era una mezcla de terrorismo de estado, ineficacia económica, propaganda mentirosa y burda aunque eficaz, y creación de una nueva clase política aún más opresora que la zarista. Lo cierto, sin embargo, es que para llegar a esa conclusión muchos han necesitado ver la caída de la URSS y que para Rusia ha significado la pérdida de más de siete décadas de su historia, algo que bien puede denominarse "la tragedia de un pueblo".

0
comentarios
Acceda a los 3 comentarios guardados