Menú
ZAPATERO Y LOS DISCAPACITADOS

Vuelve el Hospital de Inválidos

Al presidente del gobierno se le iluminó la cara –como si lo viera– cuando anunció, con focos, maquillaje y corbatín de por medio, que se adelantará la edad de jubilación de aquellos discapacitados a los que las estadísticas oficiales restan la mitad de su valía en un 45%; que no es poco.

Al presidente del gobierno se le iluminó la cara –como si lo viera– cuando anunció, con focos, maquillaje y corbatín de por medio, que se adelantará la edad de jubilación de aquellos discapacitados a los que las estadísticas oficiales restan la mitad de su valía en un 45%; que no es poco.
Zapatero.
En principio, y desde sus coordenadas, pisa en terreno seguro. Toca una víscera profunda, inaccesible, y que exhala una hiel de mucha quemazón en las gargantas de las sociedades modernas. Tiene seguras las sonrisas cómplices del arco parlamentario, que nadie tensará esta vez, con el rabillo del ojo puesto en el carcaj. Como es costumbre, tampoco rechistará la élite discapacitada; muy influyente ella, siempre bien situada para llevarse a la boca el primer torrezno, así se les escalden los entresijos. Porque la ONCE y el Cermi sólo han utilizado la integración laboral de los discapacitados como pretexto para mantener su influencia política y su poder económico.

¿Y de qué trata el anuncio de Zapatero? Pues de aplicar sutileza y mano izquierda –piensa él– para glorificar a un colectivo que llevaba camino de ser una de las teclas desafinadas en la clave del consenso planificador de nuestros tiempos, con la que tanto se deleitan en los bancos rojos y azules del Congreso.

No son suficientes los puestos creados a golpe de cuota. Tan vacíos de contenido, y tan fraudulentos, como cualquier ley de economía sostenible que se tope uno por esos boletines oficiales.

Ya está, se acabó. La integración laboral de los discapacitados españoles se arregla jubilando al personal, al que no alcance la venta de iguales de bar en bar o en los acondicionados chiringuitos callejeros de la monopolística organización de ciegos.

Para que estén por ahí haciendo el canchanchán –habrá pensado Zapatero–, los mando a casa. Así se evita uno inconvenientes y desagradables reuniones con muñones, miradas perdidas, voces distorsionadas. Sólo es necesario desenfundar la mejor sonrisa que acompañe la sonora palmetada en el hombro y... ¡a descansar, que os lo habéis ganado!

Tan entusiasmado anda el hombre consigo mismo, que ni repara en lo insultante de su discurso. El día del feliz anuncio, el presidente se adornó diciendo que las condiciones de trabajo de los tullidos son tan duras... que cuanto menos tiempo trabajen, mejor; es evidente.

Pues señor: las condiciones de trabajo ahí andan, comparadas con la del resto de currantes. No sé qué pensarán quienes ocupan puestos que exigen mucho esfuerzo físico o un gran desgaste psíquico. Estarán maquinando cómo podrán hacerse del club, para beneficiarse de ese reparador retiro. Con buen criterio, tratarán de dejar de pagar la pensión a los demás, para que otros les paguen las suyas. A eso, entre otras cosas, nos aboca el sistema actual de pensiones públicas. Mientras se sigue viendo como una aberración la salida más sensata a la probable quiebra de la caja de la Seguridad Social: la capitalización, más rentable para el beneficiario y nada costosa para la sociedad; que, además, fomenta la responsabilidad del individuo y ayuda a que se generen incentivos que dinamizan la actividad económica.

Por otra parte, a quien le resulta difícil encontrar un trabajo, todo le parece más llevadero cuando lo consigue. Si se trata, claro está, de una actividad productiva y real. En la que uno no se vea reducido al rol de tanto por ciento con despacho.

A quince años limitará el decreto la obligación de trabajar de los discapacitados, cotizando a la Seguridad Social. Ni acortando nuestra vida laboral lograrán mejorar sensiblemente las cifras de integración en España. Y no mejorarán mientras la mentalidad de nuestros políticos no dé un viraje y abandone la corriente favorable del paternalismo progresista, que no se diferencia tanto del pensamiento que inspiró las políticas del siglo XIX hacia los inválidos.

Pero nuestro presidente se ha quedado muy corto. Tenía que haber decretado la jubilación forzosa de los discapacitados a los treinta y cinco. Yo mismo caería ya en el saco: iría, muy ufano, a solazarme junto a Ian Gibson a las terrazas de Lavapiés, nuestro barrio común; departiríamos amigablemente sobre los asuntos políticos del país a la par que devoraríamos la producción gambícola de Huelva, que preparan tan bien en la calle del Ave María. Nunca comprenderé por qué el paternal progresismo de nuestros políticos se queda siempre a medio camino.

Al discurso de Zapatero sólo le faltó anunciarnos que la vicepresidenta primera estará de ahora en adelante acompaña por algún mandatario de la ONCE o del Cermi en sus ruedas de prensa. Al ilustre general Palafox, ya emérito y anciano y discapacitado, Isabel II le encomendó distraer a los cortesanos con chufletas y mojigangas en los alumbramientos reales y demás actos solemnes.

Como nunca es tarde, aún está a tiempo el gobierno de levantar –con cargo al Plan E– de nuevo el Cuartel y Hospital de Inválidos de Atocha. Para que, felizmente, jubilados todos los discapacitados del 45% en adelante, descansemos en paz. A mayor gloria del presidente de turno.


JORGE BOLAÑOS, miembro del Instituto Juan de Mariana.
0
comentarios