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Ignacio Cosidó

Camino de libertad

Un grupo de fanáticos ha decidido que resulta imprescindible destruir nuestro sistema democrático para que puedan imponer su totalitarismo teocrático en todo el mundo

Las democracias hemos sido atacadas de nuevo. Poco importa el lugar elegido por los asesinos para este nuevo golpe, porque en realidad en Nueva York, en Madrid o en Londres todos los que en el mundo creemos en la libertad y vivimos en democracia fuimos atacados. Entender este principio, que todos somos victimas potenciales del terror y que por tanto todos debemos estar comprometidos en la lucha contra el terrorismo, es la lección más importante que debemos aprender de esta nueva masacre.
 
Es esencial que entendamos el carácter global y la extrema gravedad de la amenaza a la que nos enfrentamos y que teniendo plena conciencia del peligro en el que nos encontramos actuemos en consecuencia. Consideran además que en tanto que infieles no merecemos el derecho a la vida y por eso pueden masacrar impunemente cuantos más inocentes mejor para lograr este objetivo.
 
Este proyecto de dominación planetaria por parte de un reducido grupo de lunáticos podría resultar ridículo si no fuera por dos hechos. En primer lugar, que para lograr su objetivo no han dudado en asesinar ya a varios miles de ciudadanos inocentes por todo el mundo, muchos de ellos musulmanes a los que consideran apostatas y traidores a su causa. En segundo lugar, porque una tercera parte de los 800 millones de musulmanes que existen en el mundo se sienten atraídos con mayor o menor intensidad por esta delirante causa.
 
La amenaza es global porque el objetivo de destruir la democracia no es mera retórica, sino algo muy real. Todos los países libres somos por tanto objetivos para ser atacados. Más allá de otras consideraciones tácticas, como la facilidad para cometer un determinado atentado, el impacto mediático o la posibilidad de crear contradicciones entre los aliados con una determinada acción, no hay que perder de vista que su objetivo último es destruir nuestro sistema de valores, acabar con nuestra forma de vida y someter a nuestros países a su voluntad totalitaria. Nadie por tanto que aspire a seguir viviendo en democracia está libre de esta amenaza.
 
Este grupo de fanáticos, que se ha extendido en forma de red por el mundo islámico, ha encontrado en el terrorismo la forma ideal para alcanzar sus objetivos de dominación. El terrorismo les permite causar una gran destrucción con unos medios limitados, así como generar buenas dosis de conmoción y temor en las sociedades libres. El terrorismo no tiene además ningún tipo de limitación legal o moral, lo que les permite un uso absolutamente indiscriminado de la violencia.
 
Estos grupos terroristas buscan además de forma desesperada dotarse de armas de destrucción masiva, ya sean nucleares, biológicas o químicas. Consideran que con este tipo de armas las cifras de muertos causados por sus atentados podrían escalar desde unos pocos cientos o miles a unos cuantos millones. Ese grado de destrucción obligaría necesariamente a los gobiernos democráticos a claudicar de su voluntad de defender y expandir la democracia en el mundo y sometería nuestras sociedades libres a los designios de su fanatismo. En el mundo actual, y sino adoptamos medidas enérgicas para impedirlo, es solo cuestión de tiempo que estos grupos puedan llegar a dotarse de este tipo de armas.
 
Estamos por tanto ante una amenaza global a la que estamos obligados a vencer si queremos asegurar la pervivencia de nuestro sistema democrático. Para ello es fundamental que tengamos una clara percepción de la amenaza a la que nos enfrentamos y que generemos una voluntad de victoria capaz de superar cualquier prueba y encajar cualquier golpe. Tenemos que convertir la indignación y el temor que hoy sienten millones de ciudadanos en todo el mundo en un cauce de acción eficaz en la lucha contra el terror. Debemos adaptar nuestros instrumentos de seguridad y nuestra legislación a una nueva amenaza que no conoce limites en su ánimo de destrucción. Pero sobre todo debemos fortalecer nuestro convencimiento de que nada ni nadie puede apartarnos de nuestro camino de libertad.

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