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Ignacio Cosidó

Crisis con Marruecos

Es preciso a su vez mandar un mensaje de firmeza a Marruecos en nuestra relación bilateral. Cualquier actuación encaminada a desestabilizar Ceuta y Melilla debe tener consecuencias graves en nuestras relaciones bilaterales.

La relación de España con Marruecos atraviesa uno de sus peores momentos desde la independencia de este país. El Parlamento marroquí aprobó ayer una resolución instando a su Gobierno a reclamar a España la soberanía de Ceuta y Melilla, hoy hay convocada una marcha sobre Ceuta y el régimen marroquí se propone revisar la cooperación con España incluyendo las cuestiones de seguridad, es decir, la lucha contra la inmigración ilegal, el narcotráfico y el terrorismo. Pero el deterioro de las relaciones con el reino alauí viene de atrás. La embajada de Marruecos en Madrid permanece vacante desde hace un año, este verano se han producido incidentes graves en la frontera con Melilla y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado españolas han sido gravemente insultadas desde instancias oficiales del país vecino. Resulta evidente que la política de debilidad y cesión permanente practicada por el Gobierno de Zapatero ante Marruecos no está funcionando.

El cambio de posición sobre el Sahara Occidental ha sido uno de los más graves errores de la desastrosa política exterior del Gobierno socialista. Zapatero abandonó la posición tradicional de España en este contencioso, la neutralidad activa, y se alineó de forma cada vez más evidente con la posición marroquí, en la esperanza de que eso garantizara una relación privilegiada. El resultado ha sido justo lo contrario. Mohamed VI ha interpretado todas las concesiones de Zapatero como síntoma de debilidad y ha ido elevando el listón hasta un nivel que resulta insalvable. Ahora amenaza con represalias ante la incapacidad de los socialistas de seguirles en esa deriva.

En política exterior los principios nunca deben supeditarse a los intereses. Tampoco se puede hacer de los Derechos Humanos moneda de cambio en las relaciones con cualquier país. El Gobierno socialista reaccionó con una tibieza al desmantelamiento del campamento saharaui en El Aiún que ha indignado a una mayoría de los españoles. Los medios de comunicación españoles han sido maltratados, expulsados e insultados ante el silencio complaciente de nuestra diplomacia. Los socialistas se han movilizado en el parlamento Europeo y en las Cortes españolas para neutralizar las mociones de condena por estos hechos.

Es necesario clarificar urgentemente nuestra posición en el Sahara. La única solución a este conflicto es la negociación, amparada en las Naciones Unidas y con arreglo a la legalidad internacional. España debe recuperar una posición de neutralidad que le permita influir eficazmente en ambas partes. A los marroquíes para que respeten los derechos humanos y cumplan las resoluciones de la ONU y a los saharauis para que abandonen cualquier tentación de volver a la lucha armada. Lamentablemente, el Gobierno de Zapatero ha perdido hoy toda capacidad de persuasión en ambos bandos. Además, hay que reconstruir el consenso político interno en torno a una cuestión que despierta una gran sensibilidad en la opinión pública española.

Es preciso a su vez mandar un mensaje de firmeza a Marruecos en nuestra relación bilateral. Cualquier actuación encaminada a desestabilizar Ceuta y Melilla debe tener consecuencias graves en nuestras relaciones bilaterales. El conjunto de nuestras fuerzas políticas deben mostrar una unidad absoluta, firme y determinada en la defensa de la españolidad incuestionable de ambas ciudades. Hay que hacer ver también a Marruecos que la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico o la inmigración ilegal no son solo compromisos bilaterales comunes, sino obligaciones exigibles a cualquier miembro de la comunidad internacional. Incluso tras el incidente de Perejil esa cooperación no fue puesta en cuestión. Hay cosas con las que sencillamente no se puede jugar.

España y Marruecos están condenados a entenderse. No sólo porque haya una necesidad de vecindad, sino porque juntos tenemos muchas más oportunidades de facilitar el desarrollo, la estabilidad y el bienestar en ambos países. Pero el régimen marroquí debe comprender que si opta por la confrontación está renunciando a la cooperación. Ambos tenemos mucho que perder a largo plazo si renunciamos a una relación de amistad y colaboración, pero quizá ellos aún más que nosotros. Eso es algo que Marruecos debe entender por muy débil que pueda ser coyunturalmente un gobierno. En el futuro habrá que diseñar una agenda de intereses comunes y no de cómo gestionar viejos contenciosos.

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