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Ignacio Cosidó

Ocho años de rencor y uno de revancha

El pilar más deteriorado ha sido sin duda el de nuestra política exterior, que constituye actualmente un autentico yermo en el que sólo se levantan dos míseras chavolas, una para Castro y la otra para Chávez

El primer año de Rodriguez Zapatero ha sido un año de demoliciones. Su programa político se ha limitado al anti-aznarismo más visceral. Así, su único criterio ha sido hacer exactamente lo contrario de lo que hizo Aznar. El Gobierno socialista ha estado por tanto en estos doce meses mucho más ocupado en destruir la herencia del PP que en gobernar. Hay que reconocer que en esta tarea de destrucción el gobierno ha sido eficaz. Pero sus dificultades comienzan ahora, cuando tras doce meses de festivas demoliciones, la sociedad le exija que construya nuevas políticas sobre las ruinas producidas.
 
Para explicar este primer año de Gobierno, hay que recordar que el PSOE recuperó el poder cabalgando a lomos del radicalismo callejero. Ese es un caballo difícil de frenar, pero en este año Zapatero no ha dejado de hincarle las espuelas. La izquierda carecía aún de alternativa ideológica ni tenía un programa de gobierno verosímil. Pero en ocho años había acumulado un odio infinito a Aznar.  Ese odio es lo único que le hace seguir galopando. ZP sólo se bajará del caballo del radicalismo cuando éste reviente. El problema es que para entonces nos puede haber llevado demasiado lejos.
 
Probablemente tampoco ha tenido otra alternativa. Este es un Gobierno débil que depende objetivamente del apoyo parlamentario de un grupo de radicales independentistas. En estos, el odio es aún más profundo y extenso. Es un odio a España que viene mucho más allá de los últimos ocho años. Los intereses han confluido. Unos han derribado por una motivación partidista y otros han derruido con un ánimo separatista, pero las construcciones a dinamitar han sido las mismas.
 
Ahora parece que llega el momento para el Gobierno de ponerse a hacer algo. Pero ni hay planos ni hay operarios dispuestos a la tarea. Todos han estado de acuerdo en lo que había que derribar, pero existen serias discrepancias sobre qué se quiere levantar ahora. Es más, algunos de los que han colaborado en debilitar el gran edificio común, aspiran ahora a vallar su propia parcela y hacerse su pequeño chalet, preferiblemente unifamiliar que adosado.
 
Con todo, el grado de destrucción de este primer año no ha sido homogéneo. Así, el destrozo ha sido mucho más intenso en aquellas áreas que resultan esencialmente políticas, frente a otras en las que puede existir mayor resistencia social a un cambio radical, como puede ser la economía.
 
El pilar más deteriorado ha sido sin duda el de nuestra política exterior, que constituye actualmente un autentico yermo en el que sólo se levantan dos míseras chavolas, una para Castro y la otra para Chávez. En Europa nos hemos sometido totalmente al eje franco-alemán. Ya hemos empezado a pagar ese arrendamiento con la pérdida de poder en el Consejo Europeo que consagra en nuevo Tratado constitucional, pero lo vamos a pagar mucho más en las negociaciones de los fondos europeos y en la reforma de nuestra política agrícola común. Por otro lado, hemos intensificado nuestra relación con Marruecos, pero al precio de claudicar en la defensa de nuestros intereses, incluyendo la soberanía sobre nuestras aguas territoriales, y de entregar como vergonzante moneda de cambio el derecho del pueblo saharaui a vivir en paz y libertad. Finalmente, nos hemos enzarzado en una absurda serie de disputas con la principal potencia del mundo que terminaremos pagando caro.
 
En política social la ruina está siendo igualmente significativa. El Gobierno se cargó nada más llegar la Ley de Calidad de la Enseñanza y pretende sustituirla por un sucedáneo que abandona los principios fundamentales de exigencia y de excelencia que primaban en la anterior. Mientras, nuestros alumnos siguen dando los peores resultados de toda la OCDE. Pero existe además una campaña legislativa orientada a acabar con valores fundamentales de nuestra sociedad y con todo vestigio de las raíces cristinas de nuestro país. Así, se quiere aprobar el matrimonio homosexual, marginar la enseñanza de la religión en las escuelas, ampliar el aborto, incentivar la manipulación embriones y abrir el debate sobre la eutanasia.
 
En materia económica el Gobierno ha debido moderar sus ínfulas destructoras ante la evidencia del buen resultado de la política anterior. Sin embargo, se ha dinamitado también el principio de estabilidad presupuestaria, se ha finiquitado el objetivo del pleno empleo y la pretendida prudencia se ha traducido en una parálisis que conducirá inevitablemente a un agotamiento prematuro del actual modelo de crecimiento.  
 
 
Ignacio Cosidó es senador del PP

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