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Ignacio Cosidó

Palos de ciego

El secretismo de la política económica del Gobierno está generando aún mayores dosis de incertidumbre a los actores económicos. Una incertidumbre que es justo lo contrario a lo que necesitan en estos momentos de crisis

La política económica del Gobierno empieza a parecerse cada vez más a un secreto de Estado. El Gobierno anuncia que subirá los impuestos, pero no sabemos cuánto, ni a quién. Las comunidades incrementarán su financiación, pero el Gobierno se niega en redondo a dar las cifras de un acuerdo ya adoptado. Los parados podrán aumentar el periodo para cobrar un subsidio, pero no está nada clara la fecha a partir de la cual podrán acogerse a la medida. Más allá del déficit democrático que supone esta falta absoluta de trasparencia, este secretismo de la política económica del Gobierno está generando aún mayores dosis de incertidumbre a los actores económicos. Una incertidumbre que es justo lo contrario a lo que necesitan en estos momentos de crisis.

A veces los políticos olvidamos que quienes crean puestos de trabajo no son los gobiernos, sino las empresas. Los políticos podemos crear condiciones para que nuestra economía crezca o podemos también generar un marco donde la economía se asfixie, como ocurre en la actualidad. Por eso, lo esencial en toda política económica es que resulte predecible, que los actores económicos sepan con claridad cuáles son las reglas de juego  para poder adoptar sus decisiones, en definitiva, generar confianza en quienes deben invertir y emprender nuevos proyectos que crean a su vez puestos de trabajo.

La predictibilidad empieza a ser el principal déficit de la política económica de Zapatero. Tras unos meses vitales en los que el Gobierno se instaló en la negación de la crisis como coartada para no hacer nada, ahora ha entrado en un frenesí de iniciativas, muchas de ellas contradictorias y contraproducentes, para lograr superar la crisis actual. El resultado es que mientras otras economías europeas empiezan a ofrecer signos claros de recuperación, la española se hunde cada vez más, con unas negras perspectivas para el próximo otoño que hasta el propio Gobierno no tiene más remedio que reconocer.

La sensación que trasmite el Gobierno es la de una constante improvisación. Cada vez que Zapatero se sube a la tribuna del Congreso de los Diputados o comparece ante los medios de comunicación suelta una o varias ocurrencias. El problema es que muchas de esas ocurrencias llevan aparejada una buena cantidad de miles de millones de euros de gasto público. Otras, como la Ley de Economía Sostenible, quedan difuminadas con el paso del tiempo. Pero en todo caso, se echa de menos una línea firme y coherente de cómo piensa este Gobierno sacarnos de la crisis.

La última ocurrencia ha sido una subida de impuestos anunciada previamente por el vicesecretario general del PSOE y ministro de Fomento, José Blanco. Era una medida anunciada porque al final tenían que ser el conjunto de los ciudadanos los que pagarán con sus impuestos el cúmulo de ocurrencias de Zapatero. Tendrá un efecto desastroso porque esta decisión tan sólo conseguirá retraer aún más el consumo, castigar a las clases medias y no incrementar la recaudación. Pero el problema es que una vez más el Gobierno anuncia una medida pero se niega a dar las cifras concretas de cómo afectará a cada ciudadano, generando aún mayor incertidumbre si cabe.

España necesita, si quiere salir de la crisis actual, un Gobierno que resulte predecible, restituya la confianza de los actores económicos y recobre un mínimo de credibilidad. Un Gobierno capaz de afrontar las necesarias reformas y ajustes que necesita nuestra economía para unirse a la tendencia de crecimiento que ya se vislumbra en Europa. Mientras Zapatero siga dando palos de ciego a la crisis económica tan sólo logrará hundirnos aún más en el fango de la recesión.

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