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Ignacio Cosidó

Zapatero, el pacificador

Con el despliegue en Líbano, Zapatero está buscando proyectarse como líder mundial. Las Fuerzas Armadas son así empleadas más en función de sus propios intereses políticos que en razón de los intereses nacionales

El ansia infinita de paz de nuestro presidente del Gobierno está provocando un despliegue intensivo de soldados españoles por todos los rincones del planeta. No hay misión en el mundo, por peligrosa que sea o alejada que se halle de nuestros intereses, a la que Rodríguez Zapatero no se apunte impulsado por su espíritu pacificador. En sus dos años como presidente hemos incrementado sustancialmente nuestro despliegue en Afganistán, nos apuntamos a la misión de la Unión Europea en el Congo y ahora somos uno de los principales contribuyentes a la misión de Naciones Unidas en Líbano. Con todo ello, es más que previsible que rebasemos el tope de 3.000 soldados en el extranjero que el propio Gobierno se había autoimpuesto y no parece dispuesto a modificar.
 
Pero no es sólo su ansia infinita de paz lo que mueve a Zapatero a enviar soldados españoles a los puntos más calientes del planeta. El aumento de nuestros efectivos en Afganistán se decidió en un intento de compensar a Estados Unidos por nuestra precipitada retirada de Irak. La actual misión en el Congo fue en buena medida una concesión a Francia. Con el despliegue en Líbano, Zapatero está buscando proyectarse como líder mundial. Las Fuerzas Armadas son así empleadas más en función de sus propios intereses políticos que en razón de la paz universal o de los más amplios y trascendentes intereses nacionales.
 
Hay además una contradicción esencial en esta política zapateril de si quieres la paz, envía soldados. Máxime cuando Zapatero gano las elecciones como el adalid de la retirada de las tropas españolas de Irak. Es más, Zapatero ha insistido desde que es presidente en que toda utilización de la fuerza es contraproducente para la causa de la paz, una doctrina que se pone en cuestión cada vez que autoriza una operación en la que las tropas españolas no sólo asumen graves riesgos, sino que pueden verse obligadas a utilizar la fuerza para cumplir el objetivo de su misión. El Gobierno suele esquivar este dilema dando instrucciones a nuestras fuerzas armadas de que no utilicen la fuerza salvo en casos de estricta legitima defensa, pero eso puede colocar a nuestros militares en una mayor vulnerabilidad e incluso invalidarlos para determinadas misiones en las que se encuentran comprometidos por decisión del propio Gobierno.
 
El mejor ejemplo de esta contradicción lo constituye nuestro despliegue en Afganistán. En primer lugar, porque como le recuerdan recurrentemente sus socios de izquierda resulta cada vez más difícil entender la diferencia que permite al Gobierno aumentar los efectivos en este país al mismo tiempo que hace bandera de su retirada de Irak. Zapatero vende la misión afgana como meramente humanitaria, pero eso es cada vez más insostenible en un país cuyo nivel de violencia va por desgracia en aumento y en el que la OTAN ha asumido el mando de todas las operaciones.
 
Ahora el Gobierno ha decidido que España sea uno de los principales contribuyentes a la misión encabezada por la ONU en el Líbano. La principal crítica estratégica que puede hacerse a esta misión es que carece de un objetivo claro y definido más allá de la mera interposición entre dos bandos contendientes. Una interposición que entraña un gran riesgo para nuestras tropas, pero que no ofrece una perspectiva de paz duradera si no va acompañada de una acción eficaz para acabar con la raíz del problema: la capacidad de una organización terrorista como Hezbolá para atacar a la población civil de Israel desde suelo libanés.
 
Las posibilidades de fracaso de la misión son además muy altas. Si las fuerzas allí desplegadas no impiden el constante rearme de Hezbolá y la continuidad de sus ataques a suelo israelí, es evidente que habrá una respuesta contundente de Tel Avi. Por el contrario, si la fuerza internacional es demasiado estricta en el control de Hezbolá o esta organización terrorista considera que se convierte en un obstáculo para su objetivo último de destruir el Estado hebreo, las posibilidades de ataques terroristas contra nuestras tropas serían entonces muy elevadas. La experiencia pasada de otros contingentes internacionales en el Líbano es en este sentido suficientemente elocuente.
 
Los riesgos evidentes de esta misión exigirían un despliegue aún más importante de los 1.100 efectivos autorizados inicialmente por el Gobierno, máxime si el Gobierno ha decidido asumir el mando de una brigada multinacional. Pero Zapatero está constreñido tanto por su propia debilidad política para aumentar su compromiso de tropas en el extranjero como por las propias limitaciones militares que implica ser uno de los países europeos que menor esfuerzo dedica a su defensa. Rodriguez Zapatero debería considerar que si quiere mantener este papel de pacificador universal tendrá que aumentar sustancialmente los recursos de los que disponen nuestras Fuerzas Armadas y deshacerse definitivamente de los prejuicios psicológicos e ideológicos que le invalidan como un actor internacional relevante.

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