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Ignacio Gil Lázaro

La memoria de las víctimas

Es tiempo de coraje. Ya no valen mentiras articuladas a cuenta de la conveniencia de unos pocos. La Nación está por encima de un puñado de gobernantes que casi la pusieron en almoneda.

El chivatazo del caso Faisán implica muchas cosas pero fue –sobre todo– una traición a los muertos. Durante décadas España ha soportado el inmenso dolor causado salvajemente por una pandilla de asesinos. Una banda sanguinaria a la que Zapatero y Rubalcaba elevaron a la condición de interlocutores del Estado en ese sucio y pestilente experimento llamado arteramente "proceso de paz" que supuso negar la razón jurídica del Estado de Derecho para ir a remolque de los caprichos de los criminales. Una dejación miserable que este Gobierno prolongó después de la explosión de la T-4 mintiendo descaradamente a los españoles en función de un mero interés partidista. Hoy, por tanto, los autores de esa conducta han de enfrentarse a su responsabilidad porque el tiempo acaba siempre trayendo hasta las playas los restos de todo naufragio.

Ya no valen más trucos ni engaños. Este Gobierno ha de asumir la verdad de sus actos por mucho que esté intentando disfrazarla detrás de una verborrea vana. Los papeles incautados a ETA muestran una inquietante deriva gubernamental hacia el abismo, hasta el extremo de que a punto estuvieron de poner al Estado de rodillas ante una manada de delincuentes travestidos de "patriotas" redentores de Euskadi. Por eso a Zapatero y a Rubalcaba hay que exigirles con todo rigor las correspondientes explicaciones. Los españoles merecen saber hasta dónde estuvo o no dispuesto a claudicar su Gobierno en función de un hipotético cese del terrorismo cuya administración espuria quedó prácticamente en manos de esos cobardes miserables que han hecho de la muerte y la extorsión su signo de identidad desde hace ya más de medio siglo.

Es tiempo de coraje. Ya no valen mentiras articuladas a cuenta de la conveniencia de unos pocos. La Nación está por encima de un puñado de gobernantes que casi la pusieron en almoneda. El honor colectivo de los españoles no admite que las nauseabundas revelaciones contenidas en las actas incautadas a ETA queden sin una aclaración completa. Aquellos que urdieron el guión del chalaneo con los terroristas tienen ahora que decir qué hay de cierto o no en el relato hecho por la banda. No es esta una cuestión optativa ni que pueda diluirse aduciendo que Rubalcaba está perseguido por la oposición a tenor de sus posibilidades sucesorias. Tampoco cabe invocar la lealtad al Pacto Antiterrorista para tapar así a aquellos que actuaron contra la razón de ser del mismo. Cuando está en juego la dignidad colectiva del pueblo español no sirve refugiarse en trucos de baja estofa intentando eludir de este modo la exigencia histórica que plantea el imperio de la verdad.

¿Por qué quienes hoy niegan veracidad a las actas de los terroristas afirmaron el 11-M que ETA mata pero no miente? ¿Qué credibilidad tienen aquellos que dijeron que el atentado de Barajas suponía el fin del diálogo, cuando se sabe ahora que éste continuó bajo cuerda? ¿Qué cabe esperar de unos gobernantes que son capaces de mirar antes por su propia estrategia que por la herencia moral que dimana del compromiso con tanta sangre inocente derramada? ¿Alguien puede admitir que, mientras el PSOE arropa la conducta de Zapatero y Rubalcaba, tipos como Usabiaga, De Juana, Ternera o Elosua continúan estando tranquilamente en libertad? ¿Es esto lo que Conde-Pumpido entendía como "hacer que las togas se ensucien con el polvo del camino"? Ha llegado el momento de poner las cosas en su sitio, porque la regeneración de la política española reclama pasar a limpio los borrones de aquel tiempo de vergüenza e ignominia en el que algunos creyeron que la Ley podía quedar en suspenso si con ello arrimaban el ascua a su sardina.

En definitiva, el juicio de los hechos se vuelve hoy contra aquéllos que pretendieron escribir a su antojo el final de una página de tragedia inmensa cuyo justo cierre solo será posible desde la cabal certeza de contar con vencedores y vencidos. Vencedores, sin duda, el conjunto del pueblo español que ha sabido aguantar con grandeza la locura salvaje de los asesinos. Vencidos, todos aquéllos que empuñaron las pistolas para hacer del matonismo su cloaca y tratar de imponerle a la libertad el lazo negro de su demencia mafiosa. Por eso, también el próximo día 9 –en las calles de Madrid– miles de ciudadanos reivindicarán de nuevo el legado que constituye para todos los españoles de bien esa referencia colosal e inembargable que es y será siempre la memoria de las víctimas.

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