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Ignacio Moncada

Cómo no gestionar una crisis

Empiezan a llegar los primeros recortes de gasto social, se anuncian las primeras reformas estructurales y se avecinan grandes dosis de quimioterapia impositiva. Queda, en fin, mucho por sufrir.

La clave para una buena gestión de crisis es la anticipación a los acontecimientos. Los temporales son mucho más fáciles de capear cuando se ponen los remedios antes de que hagan su aparición. En política económica lo habitual es funcionar al revés. Las medidas nunca llegan hasta que las crisis se instalan y comienzan a jarrear las dificultades. Por eso los políticos tienden a repetir que la actual crisis económica ha pillado por sorpresa a todo el mundo. Sin embargo, la forma en la que está gestionando la crisis Rodríguez Zapatero es una anomalía respecto al común de los gobiernos. No es que no se haya anticipado a los acontecimientos, sino que incluso una vez instalados en la recesión económica se ha negado a realizar la intervención quirúrgica que necesitaba España. Y es ahora, con metástasis, cuando cae en la cuenta de que debería haber atacado el problema a tiempo.

La primera etapa de demolición económica fue la de negación de toda crisis. Recuerdo unas declaraciones espectaculares de Pedro Solbes en aquella época en la que la inofensiva desaceleración transitoria era percibida por los equivocados españoles como una crisis en toda regla: "No estamos manejando la hipótesis de caer en una recesión económica". Es decir, que no sólo no consideraban que fuera probable, sino que ni siquiera la barajaban como remota posibilidad. La realidad devoró el negacionismo oficial, pero las hemerotecas guardan un magnífico historial de declaraciones visionarias que se inician cuando Zapatero afirmó que "la crisis subprime nunca afectaría a España", y vivió su apogeo durante el debate entre Solbes y Pizarro, que demostró que la política premia el engaño y castiga a quien osa decir la verdad. Solbes, parapetado tras un parche que ocultaba su ojo vago, dolencia que debió terminar extendiéndose por todo su cuerpo, afeó a Pizarro su perversa conducta con impostada gravedad: "El PP habla de crisis, e incluso de recesión, que ya comienza a sonar algo molesto".

El descontrolado derrumbe de la economía española dio paso a una segunda etapa, si cabe más hilarante que la anterior. Elena Salgado, flamante ministra de Economía tras quedar Solbes políticamente sepultado bajo todas sus declaraciones, afirmó que "comenzaban a asomar los primeros brotes verdes". Pasamos de golpe y sin darnos cuenta de no estar en crisis a dejarla atrás. Se agradece, porque las recesiones son dolorosas y Zapatero logró que de alguna manera atravesáramos la más dura de la historia reciente sin tocarla siquiera. En este punto los españoles comenzamos a caer en una depresión de confianza. Lo único que nos consolaba era que el presidente nos prometía una salida de la crisis sin tocar el gasto social, ni recortar los derechos de los trabajadores y pensionistas, ni flexibilizar el mercado laboral, y además con paz social. El Gobierno continuó disparando el gasto público, dándole a la manivela para financiar obras inútiles y pagos a sus lobbies estratégicos, guiado por un ciego keynesiano-krugmanismo. En un estado de placidez gubernamental España alcanzó el 20% de paro, un déficit del 12% y la actividad económica pasó de crecer un 4% a un -4% en tiempo record.

El 7 de mayo de 2010 el Estado español entró en quiebra por la incapacidad de pagar la deuda pública con la que Zapatero había estado años financiando las prebendas. Se activó el DEFCON 1, y la UE y el FMI aprobaron el mayor fondo de rescate de la historia europea para evitar que España arrastre al abismo a Europa. Los máximos dirigentes europeos, americanos y chinos telefonearon a Zapatero para hacerle entrar en una nueva etapa de su manual de la inepcia económica: la rendición ante la evidencia. El pasado 12 de mayo Zapatero se hizo una enmienda a la totalidad a sí mismo en 120 segundos ante un mudo Congreso de los Diputados, probablemente demoliendo su futuro político. El presidente, prescindiendo de todo su Gobierno, ha comenzado la intervención quirúrgica cuando la metástasis ya se ha extendido por España. Empiezan a llegar los primeros recortes de gasto social, se anuncian las primeras reformas estructurales y se avecinan grandes dosis de quimioterapia impositiva. Queda, en fin, mucho por sufrir. Algo que nos podríamos haber evitado si Zapatero no hubiera seguido paso a paso un guión imaginario sobre cómo no se debe gestionar una crisis.

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