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Ignacio Moncada

Exceso de optimismo

La reforma del Gobierno trata de abaratar el despido y propone tímidas medidas de descuelgue, pero sustituye la sencillez esperada para un buen marco económico por una maraña de contratos que entorpece algo tan fundamental como las relaciones laborales.

La realidad es siempre menos rígida de lo que parece. Aunque encorsetada por las estrictas leyes de la física, es materia prima muy moldeable gracias a la combinación explosiva entre la fragilidad de la memoria humana y el dominio de las emociones sobre las razones. La política económica, antaño espacio regido por el lenguaje racional y la matemática cabal, cambió hace tiempo de registro al instalarse en una dimensión de la realidad a caballo entre el surrealismo y el más puro absurdo. En ese contexto de realidades creativas, imaginaba la posibilidad de que se celebrara un debate cara a cara entre el actual Zapatero y el de hace, no ya días, sino horas. La efusividad con la que el presidente del Gobierno defiende la necesidad de aplicar drásticas reformas estructurales y dolorosos recortes de gasto social es únicamente comparable con la seguridad con la que él mismo defendía todo lo contrario hace escasas fechas.

De entre todas las reformas que precisa España, la más importante es la del mercado de trabajo. Todas las demás reformas que ahora, tras años de negacionismo oficial, salen en tromba como indispensables, dependen de forma crítica de que cambiemos nuestro marco de relaciones laborales. O, dicho de otra manera, de que abandonemos una tasa de paro que nos ridiculiza a nivel internacional. Tanto la reforma financiera, como la de las pensiones o la del modelo de Estado serán estériles si no abordamos una reforma laboral en profundidad y con seriedad. Hay que refundar un nuevo marco de relaciones laborales que suelte amarras con los patrones que hasta ahora hemos seguido, más preocupados por la reacción de los sindicatos o por la simbología política que por la creación de empleo. Necesitamos una reforma de largo alcance, y no una para salir del paso bordeando el abismo de la suspensión de pagos que gravita sobre España.

Debo admitir que en este caso Zapatero me ha sorprendido. Nunca pensé que propondría una reforma que se saliera tanto de los registros que ha manejado hasta ahora. Es cierto que lo hace forzado por la amenaza de quiebra del Reino de España, y por el toque de atención dado por Europa, Estados Unidos y China. Pero no sería el primer gobernante que empeña la economía de su nación por mantener la coherencia ideológica y el rédito electoral. También es cierto que, al menos el primer borrador publicado, pese a tocar la mayor parte de los puntos críticos a reformar, no culmina ninguno. Como editorializaba Libertad Digital, si no se cierran esos asuntos fundamentales, España corre el riesgo de que la reforma laboral caiga en la irrelevancia.

Los objetivos deben ser dos: reducir los costes laborales no salariales (cotizaciones a la Seguridad Social, impuestos, indemnizaciones al despido y trabas burocráticas) y flexibilizar la contratación entre las partes, principalmente aboliendo la negociación colectiva y permitiendo que sean los trabajadores los que fijen sus propios criterios cuando firmen sus contratos. Todos los males actuales, como la elevada tasa de paro o la dualidad del mercado laboral, derivan de las dos disfunciones anteriores. La reforma propuesta por el Gobierno trata de abaratar el despido y propone tímidas medidas de descuelgue de los convenios colectivos, pero sustituye la sencillez esperada para un buen marco económico por una maraña de contratos y supuestos que entorpece algo tan fundamental como las relaciones laborales.

España no se puede permitir que la reforma estructural fundamental para nuestro futuro económico acabe siendo, como dijo Durán i Lleida, "un churro". Es tan necesaria que no sólo hay que hacerla rápido, sino que hay que hacerla bien. No vale con un decreto lleno de borrones que busque el golpe de efecto. Hay que tramitarla como ley mediante un proceso transparente a los ciudadanos y a los medios, generando un marco laboral limpio que permita la eficacia a largo plazo. Que garantice que la gente que está dispuesta a trabajar pueda hacerlo.

 ¿Padezco hoy un exceso de optimismo sin justificación aparente? Ya he dicho que la política económica ha pasado a una dimensión surrealista. Así que puestos a soñar, soñemos bien.

En Libre Mercado

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