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Ignacio Moncada

Malvados empresarios

Los sindicatos viven demasiado bien como para pretender terminar con el paro. Su objetivo es seguir con este nivel de vida, y para ello el Gobierno tiene que aprobar medidas que aumenten los impuestos para poder repartir subvenciones.

Durante esta crisis mucha gente se ha preguntado por qué los sindicatos no salen a la calle. El razonamiento que hacen es simple: si estuviera gobernando el PP en esta situación, lo más probable es que ya estuvieran acampados a las puertas de la Moncloa. No estoy de acuerdo con los que reclaman a los sindicatos que se enfrenten al Gobierno. Si lo hicieran sería un enorme ejercicio de hipocresía. El modelo laboral español está diseñado y bendecido por los líderes sindicales, y los resultados son la cosecha que siempre han perseguido. En realidad somos nosotros, los trabajadores, los que deberíamos manifestarnos en contra de los sindicatos.

El pasado fin de semana salieron UGT y CCOO a desentumecer las piernas. Fue una demostración de músculo sin reivindicación ninguna, una manifestación preventiva para recordar que son los que marcan las líneas rojas. Como no están para criticar al Gobierno que les da de comer, utilizaron el acto para arremeter contra los malvados empresarios. El lema que encabezaba la marcha no era una invitación al diálogo social: "Que no se aprovechen de la crisis". Su estrategia de enfrentamiento con el empresario le gusta al PSOE, ya que le ahorra el desgaste de tener que arremeter contra quien mueve el motor de la economía. Así Zapatero puede seguir poniendo palos en las ruedas de las empresas con cada ocurrencia sin necesidad de argumentarlo. Lo que los sindicatos no tienen en cuenta es que las empresas no disfrutan en las crisis económicas. Al contrario. Son las que sufren lo que políticos y liberados sindicales no son ni siquiera capaces de percibir.

Los sindicatos están haciendo de dique de contención de las reformas que necesita la economía española. Aunque debe añadirse que están en su derecho. Ellos velan por sus intereses, que son acumular subvenciones públicas y poder político. El problema es que el Gobierno les da todo lo que piden. Durante las crisis económicas los sindicatos suelen tener un gran aumento de ingresos y de influencia política. En el ERE de Fibracolor, por poner un ejemplo, las organizaciones sindicales se embolsaron 1.000 euros por trabajador a cambio de poner su firma. La recaudación sindical es voraz, y el Gobierno está aprovechando para amordazar a los líderes sindicales con miles de millones de euros, entregados sin excusa ni control. Esto es lo que se denomina un incentivo perverso. Si los sindicatos viven mejor en crisis que época de bonanza, que nadie espere que reaccionen ante el paro.

España no logrará salir de esta depresión, ni dejará de ser el vagón de cola del empleo del mundo desarrollado, hasta que no se cambie la mentalidad que durante décadas se ha estado inyectando en la sociedad. Es necesario entender que los empresarios, los que arriesgan su dinero pensando cómo ofrecer un producto atractivo a los demás, son los únicos que pueden crear empleo y dinamizar la economía. Pese a los sindicatos, los intereses de los trabajadores y los empresarios tienden a ir en la misma dirección. Cuando a unos les va bien, a los otros también. Los líderes sindicales que el otro día ocuparon la calle Alcalá lo saben, pero viven demasiado bien como para pretender terminar con el paro. Su objetivo es seguir con este nivel de vida, y para ello el Gobierno tiene que aprobar medidas que aumenten los impuestos para poder repartir subvenciones. La forma de hacerlo es convencer a la gente de que la culpa de la crisis no la tiene un modelo laboral rígido y oxidado, ni una economía lastrada por demasiada gente que en lugar de producir vive del esfuerzo de los demás. No. La culpa de esto la tienen, aunque estén cerrando sus negocios, los malvados empresarios. 

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