No hay duda: José María Aznar se ha puesto el traje de faena. Se lo ha advertido a su grupo parlamentario: "¡se va a cumplir a rajatabla y hasta el final el programa electoral¡" Con este aviso previo, lo dicho por el presidente del Gobierno no ha cogido a nadie con el pie cambiado: "el único problema que puede surgir en España es un proceso de inestabilidad institucional". Una afirmación con mucho calado y con previsible repercusión.
El Presidente ha insistido en que con las reglas de convivencia y de estabilidad que tenemos los españoles desde hace casi venticinco años no se puede jugar, ni es posible ponerlas en duda alegremente. Es muy peligroso –matizaba– situarse en un nuevo periodo constituyente. Además, ha añadido que no entiende la actitud de los socialistas: se oponen a todas las reformas y sólo apoyan la menos oportuna como es la de la Constitución. Tampoco los Gobiernos autonómicos se han librado de las admoniciones presidenciales: hay que ser más rigurosos con el equilibrio presupuestario. Estas afirmaciones deberán interpretarse en su punto. No se pueden catalogar como declaraciones más o menos oportunistas. Es la señal más clara de que Aznar en persona se ha remangado y, con el programa electoral en la mano, está dispuesto a desplegar una ofensiva política que devuelva al Gobierno la iniciativa.
Esta carencia de iniciativa ha sido la acusación permanente y constante al Gobierno del Partido Popular, desde el inicio de la legislatura. Y ahora, ante la recta final, todo indica que se han puesto las pilas. Con Aznar como único referente, pero dispuestos a apretar el acelerador. El presidente del Gobierno ha pedido a los suyos en público, pero sobre todo en privado, que afronten sin miedo los debates sociales sobre las cuestiones polémicas como la educación, los impuestos o el pacto local. A estas tres directrices, hay que sumar ahora otra: la fortaleza institucional.
Aznar ha encendido la luz roja. No aceptará jugar al borde del precipicio y a esta batalla de carácter institucional va a dedicar su mayor esfuerzo. Al igual que durante mucho tiempo hemos dicho sin reparos y sin miedo que el Gobierno estaba dormido, ahora hemos de reconocer que el Presidente está dispuesto a tomar las riendas de la iniciativa política. Ahora falta por saber si el Gobierno va a conseguir aguantar el ritmo de su presidente y estar a la altura de las circunstancias. El tiempo dirá si estamos ante un espejismo o ante un verdadero cambio de actitud.
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