El tiempo nos enseñará la realidad exacta de lo que está pasando. Pero para cualquier observador político, este miércoles dos de abril ha significado un punto de inflexión en la crisis de Irak. Al menos así lo ha exteriorizado el presidente del Gobierno en distintas apariciones públicas durante la jornada. Y conociendo que el presidente Aznar es incapaz de ocultar su estado de ánimo, hay que sospechar, que detrás de un presidente del Gobierno risueño y hablador en los pasillos del Congreso, puede haber buenas noticias sobre el desarrollo del conflicto. Las pistas que el propio Aznar ha ido dejando en el camino son muy claras.
Por la mañana, con un numeroso grupo de empresarios madrileños, el presidente del Ejecutivo advertía que las próximas horas y días serán cruciales e importantes para que la guerra termine cuanto antes. Después en la charla con los invitados en La Moncloa, ha estado distentido, abierto y relajado. Ya por la tarde, en la sesión de control, el presidente del Gobierno ha vuelto a ser el parlamentario seguro y convincente de otras veces. Zapatero y Llamazares han salido escaldados y servidos en sus preguntas de control al Ejecutivo. Aznar ha estado rápido, claro y expeditivo en sus respuestas.
Pero en todo caso, la mejor señal de que el presidente maneja datos positivos para el desenlace final de la guerra han sido sus gestos de amabilidad y cercanía que ha mostrado con aquellos diputados y ministros que se iba encontrando en los pasillos. "Aznar ha vuelto a sonreír" era el comentario generalizado en los pasillos de un Congreso de los Diputados, donde se recibía esta sonrisa presidencial como el inicio del fin de una de las épocas más crispadas de la vida parlamentaria. Lo que sí parece evidente es que sí esta sonrisa no se convierte en algo pasajero, significará que los principios y las convicciones terminan triunfando en política. Un triunfo para Aznar, y una derrota para Zapatero. Y es que estamos en unos tiempos en que la "sonrisa presidencial" no es cualquier cosa.
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