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Ignacio Villa

Bonito mientras duró

Ha sido como un sueño en una noche de verano. La imagen de un Alberto Ruiz Gallardón disciplinado en el partido, dispuesto a someterse a una dinámica interna y atrincherado en la discreción se ha esfumado en muy poco tiempo. Es más, ha desaparecido en un auténtico tiempo record. Eran muchos los que en el PP comentaban triunfantes, no hace muchos días, que "lo de Alberto va en serio, ha rectificado y desde ahora todo será distinto". Pues nada de nada. Gallardón ha vuelto, en efecto, pero ha vuelto a las andadas y además con el agravante que significa el haber disfrutado por unos meses del favor y de la consideración del presidente Aznar.

No están siendo días fáciles para el actual Alcalde de Madrid, aunque la situación ciertamente se la ha buscado él solito. Las conversaciones a la luz de las velas, mezcladas con las críticas internas por un excesivo protagonismo institucional y aliñadas ahora por la denuncia de fantasmas en el PP que van a por él, han provocado que todo volviera a donde estaba no hace mucho tiempo. Gallardón vuelve a salirse de la ortodoxia, vuelve a ir por libre, recupera los viejos estilos que le dejaron fuera del circuito del poder en el Partido Popular. La señal más clara es que no han tardado mucho Mariano Rajoy y Rodrigo Rato en recordar a Ruiz Gallardón y a su equipo que aquí no hay persecuciones, ni caza de brujas. En definitiva, que en el PP no hay problemas internos.

Y posiblemente los dos vicepresidentes y vicesecretarios tienen razón. En el PP mal que bien, se guarda un silencio disciplinado y una obediencia militar ante el proceso de la sucesión, pero ha vuelto a ser Ruiz Gallardón, como tantas otras veces, el que ha sacado los pies del tiesto. Su desmedido protagonismo y su obsesiva ambición por el poder le han colocado en su verdadera situación. Ha vuelto a ser traicionado por sus propias debilidades políticas, se ha creído más cerca de su único objetivo y se ha tropezado en la misma piedra. Gallardón vuelve a estar donde estaba. Ni las cercanías en sus equipos de Ana Botella y de Pío García Escudero han servido para amortiguar al "gran rebelde". Gallardón, que, decían, estaba reconvertido para la causa del Partido Popular, se ha vuelto a descarriar.

Su eterna y verdadera realidad. A Gallardón le parecía demasiado lejos aspirar a la Presidencia del Gobierno en el 2008, quería estar, ¡ya!, en la pomada de la sucesión, y ha pasado lo que ha pasado. En el PP comentan: "¡Bonito mientras duró!".

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