Lo que ha comenzado a ocurrir era previsible. Pero es posible que, con el calendario en la mano, no hubieran calculado que se produjera con tanta antelación. Asistimos a la aparición de un ambiente de provisionalidad en todos los salones del poder. Empezamos a percibir desasosiego en muchos despachos del Gobierno. Notamos un considerable desconcierto en los círculos más selectos del Partido Popular. Irrumpe la desconfianza en vísperas de la nominación de sucesor . En definitiva, estamos ya ante un fenómeno que en La Moncloa y en la calle Génova se conoce coloquialmente como: Coge la manta y corre...
La historia es bien sencilla y lo que ocurre es fácil de entender. Con el anuncio de la retirada de José María Aznar en la primavera del 2004 se empieza a dar entre los suyos una profunda sensación de miedo ante el futuro. Es casi vértigo. Bueno, sin el casi. Nadie sabe qué va a pasar. No quieren quedarse fuera de juego. Todos viven expectantes, quizá atemorizados, ante lo que les pueda deparar la sucesión. Por eso han empezado a buscarse un acomodo. En la clase pública y política se vive una sensación de ansiedad a la que nadie aplica una solución.
Este ambiente se hace especialmente intenso, casi puede respirarse, en los círculos cercanos al presidente Aznar. En La Moncloa, cada vez son menos los que se atreven a decir las cosas como son. Lo colaboradores presidenciales no quieren problemas en la recta final de la legislatura. Las complicaciones se amortiguan y los problemas se cortocircuitan. Nadie quiere causar mala impresión. Reconocen que se ha creado en torno al presidente una burbuja para que este tramo final de mandato sea una dulce cuesta abajo.
La misma situación se transmite milimétricamente a los Ministerios, donde además sobrevuela desde hace semanas el fantasma de la crisis. Los propios colaboradores de los titulares de Sanidad, Portavoz, Medio Ambiente, Agricultura e incluso Trabajo son quienes dan como cesados a sus jefes respectivos. Con el paso de los días, la sensación de resignada provisionalidad se convierte en algo absolutamente irrespirable.
Mientras tanto, este desasosiego general se convierte en enfado en la sede del Partido Popular. En los pasillos de la calle Génova se critica sin pudor el retraso del presidente a la hora de ejecutar la crisis de su Gabinete, algo que está repercutiendo muy negativamente en el nombramiento de algunos candidatos para las elecciones autonómicas y municipales. En algunos lugares clave, en el PP reconocen que el PSOE se está colocando con una cierta ventaja al inicio de la carrera electoral.
En todo este contexto de dimes y diretes no puede pasar inadvertido un detalle que se produce en la fontanería de La Moncloa. ¿Qué profundas razones pueden existir para que el presidente del Gobierno esté primando, cada vez de forma más gráfica, al llamado grupo de los “diplomáticos”? ¿Que motivos tendrá Aznar para que este núcleo concreto de profesionales, que llevan la política exterior desde el año 96, tengan cada vez más poder en parcelas que no les son propias? ¿Quién nos podría explicar los móviles por los que los colaboradores “políticos” de Aznar están pasando a un segundo plano? ¿Qué hay detrás del claro distanciamiento que se percibe en viajes y comparecencias entre el Ministro Portavoz y el Jefe del Ejecutivo?
Todo esto puede tener muchas lecturas, pero hay una que lo explica casi todo. José María Aznar ha apostado claramente por Europa. Ha comenzado a preparar un “núcleo duro” de técnicos para su inminente viaje a Bruselas. Aznar necesita un grupo de diplomáticos, expertos en la Europa comunitaria, para que desbrocen el camino haciendo el trabajo sucio que acabe por colocarle a la cabeza del futuro “Consejo Europeo”. Esta estrategia, que puede ser correcta desde un punto de vista personal, tiene para el sucesor efectos demoledores. Con esta forma de trabajar se esta animando a una política de tierra quemada que tendrá que sufrir el que venga detrás.
En La Moncloa se trabaja pensando exclusivamente en el futuro de Aznar, y no en el porvenir del nuevo inquilino de esa casa. Una vez más podría cumplirse aquella vieja costumbre política que dice que el traspaso de poderes es más fácil entre dos jefes de Gobierno de distintos partidos que entre dos amigos de la misma formación. Como van las cosas, el PP tiene todas las papeletas para repetir la historia. El ambiente de “espantada” así nos lo indica.
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