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Ignacio Villa

Daños estructurales

El lunes 9 de julio de este año, pasará a la historia domestica del palacio de La Moncloa como uno de los más complicados desde que José María Aznar llegara a la Presidencia del Gobierno en 1996. Por la mañana, como es costumbre a primera hora, había convocada reunión de “maitines”, allí estaban expectantes los más cercanos colaboradores de Aznar. De ese selecto equipo forman parte: Rato, Rajoy, Acebes, Cabanillas, Arenas y Lucas.

Todos hablaban de la “traición” de ABC, y esperaban ansiosos la reacción de Aznar después de las críticas que pudieron leer el domingo en un medio de comunicación que consideraban fiel hasta la muerte. Y se encontraron a un Aznar serio, poco compasivo y exigente. El presidente les pedía cerrar filas sin fisuras y defender a los ministros más conflictivos. El primer trago había pasado.

Luego ya en una convención que sobre el euro, había organizado el PP se hablaba de todo menos de la moneda única. Y en eso, llegó Aznar, y con una sonrisa forzada hizo saber a propios y ajenos que no esta de mal humor permanente; y eso sí, advirtió a todos que no iba a permitir ningún conformismo y que el trabajo es el único camino para el éxito en política.

Al final, volvemos a lo de siempre, el desconcierto es generalizado. El malestar también. Aznar está paralizado, no reacciona. Deja hacer pero detrás de un rostro frío y distante, no hay gestos y actitudes que permitan vislumbra una reacción. Y con él, todos se paralizan. Y es que el “aceite de orujo” ha situado al Gobierno en una situación límite en su incapacidad de reacción. No es la primera vez que les pasa, pero en esta ocasión es el gobierno el que ha montado el “sarao”. La ministra de Sanidad ha organizado una buena, que ahora tienen que solucionar entre todos, porque Aznar no está dispuesto a rectificar los errores del Gobierno. Y ¡ojo!, no todos están dispuestos a dar la cara por Celia Villalobos y sus “guerras particulares”.

Por el momento el Gobierno se dedica a huir hacia delante, y eso, lo saben todos no es una solución fiable y efectiva. Empiezan a percibirse daños estructurales: la coordinación y la comunicación no existen en el Gobierno y tampoco en su entorno.


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