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Ignacio Villa

De la algarada al vandalismo

Rodríguez Zapatero lleva cuatro años demonizando al Partido Popular. El Gobierno se ha empleado a fondo para aniquilarlo y dejarlo a los pies de los caballos, en un esfuerzo constante e incansable. Y tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe.

El intento de agresión que este martes ha sufrido María San Gil en la Universidad de Santiago de Compostela es el resultado del trato de favor que han recibido los nacionalismos en esta legislatura. Llevamos cuatro años de un Gobierno dedicado a ponerle una alfombra roja a los radicalismos, a los extremismos, a la algarada callejera, al insulto, a la descalificación y a la persecución hacia los que no piensan como ellos. Ahora todo termina desembocando en agresiones, en exclusiones y en un ambiente contra aquellos ciudadanos españoles que se niegan a comulgar con el pensamiento único y la dictadura nacionalista.

Rodríguez Zapatero lleva cuatro años demonizando al Partido Popular. El Gobierno se ha empleado a fondo para aniquilarlo y dejarlo a los pies de los caballos, en un esfuerzo constante e incansable. Y tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Tanto éxito han tenido en sus ataques que al final ha acabado pasando lo de María San Gil en Galicia.

Cuando un Gobierno se abona al insulto y apuesta por la persecución del primer partido de la oposición nada de lo que suceda a continuación puede sorprender a nadie. Hay que recordar que para Rodríguez Zapatero y los suyos el Partido Popular es de derecha extrema, radical, trasnochada, franquista, golpista y mentirosa. Una colección de insultos que, a fuerza de repetirse, terminan encendiendo la mecha de las agresiones y de la violencia.

Los radicales nacionalistas han llegado en esta ocasión a desearle a María San Gil que la asesine la banda terrorista ETA. Este salto cualitativo no es más que otro paso en el proceso absolutamente destructivo comandado por un Gobierno que ha estado durante toda la legislatura intentando destruir políticamente a la oposición. Zapatero se ha pasado cuatro años alimentando los nacionalismos, justificando su radicalidad, calificando de hombre de paz a Arnaldo Otegi, jugando a pacifista e impulsando un proceso de rendición. Tras cuatro años jugando con fuego es normal que al final se haya acabado quemando.

El presidente del Gobierno no se ha cansado en estos años de elogiar sin pudor al extremismo nacionalista, mientras simultáneamente procuraba deslegitimar el trabajo político del Partido Popular. Tanta barbaridad termina generando más barbaridades. Es un auténtico vandalismo político que nadie ha frenado.

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