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Ignacio Villa

Dormirse en los laureles

El deporte no es, en ningún caso, una ciencia exacta. Tiene variantes de suerte, forma física e incluso altitud. Pero cuando hablamos de unos Juegos Olímpicos entramos ya en el terreno de la estadística. Y, por lo tanto, la imprevisión se puede convertir en estabilidad. El factor sorpresa desaparece a favor de la previsión.

En el deporte, cuesta llegar a la elite pero, cuando se consigue, lo complicado es abandonar el lugar de privilegio. El deporte olímpico español en el año 92 alcanzó los mejores resultados de la historia. Aquel rendimiento tiene su explicación más directa en el plan ADO. Este plan, con todos sus defectos intervencionistas, tuvo entonces el premio debido en un momento adecuado. Pero el tiempo, los resultados y el ridículo de Sydney han confirmado que aquello ya no es válido. En Atlanta se vivió del rebufo del 92, pero ese esquema ya no es sostenible.

El plan ADO, no ha dado los resultados que muchos auguraban. Un fracaso que tampoco puede sorprender. Los vientos son distintos y las maneras también. Sydney indica un nuevo camino: una ley de mecenazgo útil, amplia y sin miedos. El mecenazgo debería ser el futuro del deporte olímpico español. En definitiva, una nueva forma de entender el diseño de los próximos Juegos Olímpicos con mejor atención al deporte base, sin el dirigismo que ahora aparece en muchas federaciones y con una mayor estabilidad en los cargos políticos ejecutivos. Desde el año 96 hemos tenido cuatro secretarios de Estado para el Deporte. Mucho cambio en un sillón que pide continuidad.