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Ignacio Villa

El gafe Zetapé

La realidad, la única realidad de la política exterior española es que se ha quedado a dos velas en Europa. Zapatero apostó por Francia y Alemania buscando un refugio engañoso de su soledad internacional y se ha encontrado con la verdadera soledad

Ha nacido el gafe Zetapé. ¿Quién va a querer que el presidente del Gobierno le apoye en una campaña electoral o en un referéndum político después de lo que ha pasado ya repetidas veces con el jefe del Ejecutivo?
 
El historial es para nota. Zapatero apoyó al senador Kerry en las elecciones americanas; y Kerry perdió. Ha apoyado en las elecciones de Renania a Schröder y los socialdemócratas han perdido un feudo propio desde hace cuarenta años. Ha apoyado al presidente Chirac en el referéndum francés y Francia ha votado en contra de la Constitución europea. Un panorama como para salir corriendo.
 
Además, esta colección de desastres se complementa con otros gestos que lo corroboran. Zapatero esquivó cualquier apoyo al primer ministro británico y Tony Blair ganó las elecciones generales en el Reino Unido. Zapatero despreció la candidatura del portugués Durao Barroso para la presidencia de la Comisión Europea, y el que fuera primer ministro de Portugal terminó ocupando ese importante puesto comunitario. En fin, con Zapatero cuadra perfectamente aquello de: "Dime que apoyas, que me opongo por la cuenta que me trae".
 
La realidad, la única realidad de la política exterior española es que se ha quedado a dos velas en Europa. Zapatero apostó por Francia y Alemania buscando un refugio engañoso de su soledad internacional y se ha encontrado con la verdadera soledad. Berlín y Paris le han utilizado como han querido y cuando han querido. Y ahora cuando Schröder y Chirac se baten en retirada, el presidente del Gobierno se queda sin apoyos –aunque sean ficticios– y se encuentra con las puertas de Londres, Varsovia, Lisboa y Roma cerradas a cal y canto. El presidente del Gobierno se ha buscado, sin ayuda de nadie, su propia ruina.  Y se ha quedado realmente solo; en primer lugar por su propia torpeza y sus propios errores, y en segundo lugar por el nacimiento de este nuevo gafe. Aquello que toca, aquello que se derrumba. Una auténtica pena.

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