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Ignacio Villa

El hotel de los líos

Montilla ha aprovechado la ausencia de Zapatero –que se encontraba este fin de semana en la cumbre de Montevideo–, cerrando toda comunicación con Ferraz para poder subirse al coche oficial como nuevo presidente de la Generalidad.

La política catalana se ha convertido en un auténtico hotel de los líos en estos días postelectorales. Por el momento ofrece espectáculo pero que con el paso de los días se puede convertir en un auténtica bomba de relojería. Nadie está en el sitio que se esperaba, aunque ciertamente todos han jugado el papel que les correspondía. Desde Moncloa se había diseñado una jugada redonda pero parece que el mundo real se empeña en echarla abajo, aunque a decir verdad esto todavía no haya terminado.

Rodríguez Zapatero llegó el pasado mes de enero a un pacto con el convergente Mas para cerrar la reforma del Estatuto de Cataluña a cambio de que los socialistas apoyaran a CiU a la hora de formar gobierno. Es más, Zapatero propició la salida de Maragall del Ejecutivo catalán pensando que su sustituto, Pepe Montilla, sí que le obedecería. Al final, nada de lo previsto por el presidente del Gobierno se ha cumplido, aunque hay que tener en cuenta que Zapatero sabía perfectamente que la autonomía del PSC le impedía tener certeza en que podría cumplir sus promesas.

Pepe Montilla tomó su papel de candidato en Cataluña casi como un respiro, vistas sus dificultades más que evidentes para hacer un papel siquiera decente en el Ministerio de Industria. A Zapatero le prometió obediencia ciega, algo que no ha cumplido ni a las primeras de cambio. Ha aprovechado la ausencia de Zapatero –que se encontraba este fin de semana en la cumbre de Montevideo–, cerrando toda comunicación con Ferraz para poder subirse al coche oficial como nuevo presidente de la Generalidad. Montilla sabe perfectamente que la reedición del tripartito es la peor noticia posible para Zapatero, cosa que no parece haberle importado ni lo más mínimo. Tener que aguantar a ERC como socio parlamentario es un desgaste tremendo para el presidente del Gobierno; la experiencia así lo indica.

En esta trama no puede faltar el independentista Carod Rovira que vuelve al Ejecutivo catalán más fuerte que nunca. Lo hace como vicepresidente y a sabiendas de que controla el cotarro con absoluta libertad de movimiento, ante un presidente débil y dispuesto a todo para mantenerse en el poder. Carod Rovira se puede convertir en el político de referencia en Cataluña; eso indica el, sin duda, altísimo nivel de la política regional. Y si Carod manda y se hace notar, Zapatero puede echarse a temblar. También el resto de España, claro.

Por supuesto, el que pensaba que iba a ser el centro de atención tras las elecciones se sube ahora por las paredes al verse como un mero comparsa. El convergente Artur Mas cometió el error de creerse las milongas de Zapatero y se ha encontrado con que, ganando las elecciones con cierta diferencia, se ha quedado fuera del pastel. Eso le pasa por creerse a un presidente que vende humo como nadie. Se ha quedado solo y sin posibilidad de apoyo parlamentario.

En fin, así está este hotel de los líos de una clase política catalana enferma y encerrada en sí misma. Unas elecciones que han tenido una abstención muy alta que, viendo lo que está pasando ahora, puede ir a más en próximas citas electorales. Y es que el panorama es desalentador para los catalanes. Se presenta ante sus ojos un gobierno tripartito en el que sólo ha variado el recambio de Montilla por Maragall y el regreso de Carod Rovira. Un gobierno que, por lo que nos enseña la experiencia, está lleno de sectarismo, de exclusión, de revanchismo y de ganas de restringir las libertades. Es el peor escenario posible, con los peores actores posibles.

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