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Ignacio Villa

El llanero cada vez más solitario

Alberto Ruiz Gallardón, definitivamente se ha subido al tren del protagonismo, y no da muestras de quererse bajar de él. Gallardón, que ha vivido unos meses de estabilidad política, de fidelidad incontestable a Aznar y de cierto sosiego personalista , se ha vuelto a disparar. Se ha disparado con su holgado triunfo en la Alcaldía de Madrid y se ha disparado con la crisis de la Asamblea madrileña. Pero quizá la peor señal de que pretende volver a ir por libre es su insistencia en la necesidad de mantener una buena relación con el adversario político. Una idea que, como teoría puede ser aceptable; pero que expuesta en los términos que utiliza Gallardón se puede considerar como un reproche directo a la forma de hacer política del presidente Aznar. Y es que el problema de Gallardón, en muchas ocasiones, no es pensar lo que piensa; el gran problema de Gallardón es su falta de lealtad interna al airear públicamente sus desavenencias con las pautas marcadas por la dirección del partido. El que tiene una larga carrera política debería saber que dar muestras, aunque sean mínimas, de desacuerdo con la cabeza de su partido es abrir la puerta al estrepitoso fracaso electoral.

Nadie discute que Alberto Ruiz Gallardón ha conseguido una victoria holgada, contundente y eficaz en un momento complicado del Partido Popular en la capital de España, después de tres legislaturas con mayoría absoluta. De acuerdo, el éxito de Gallardón ha sido importante; pero el Alcalde de Madrid no debería perder de vista que su victoria ha llegado cuando él ha dado las muestras más claras de unidad y de disciplina dentro del Partido Popular. El actual Alcalde tendría que tener en cuenta que su éxito ha estado avalado por muchos simpatizantes del PP que le han premiado por su vuelta al redil. Estas consideraciones, que son la primera lección de cualquier político, no las acepta Gallardón, que ha visto detrás de su victoria un reconocimiento personal a su forma de hacer política. Y ese gesto de egoísmo político le vuelve a colocar donde estaba hace unos meses: en soledad y lejos del "núcleo duro" del poder popular.

El presidente Aznar, que es muy consciente de la nueva deriva de "su" Alcalde, ha intentado hasta el momento no entrar en polémica directa con Gallardón. Pero su coincidencia en la Escuela de Verano de Nuevas Generaciones en El Escorial ha dejado a la luz las desavenencias de fondo. Aznar ha sido muy claro cuando ha explicado que la crisis de Madrid no se puede resolver con ninguna componenda con el Partido Socialista, puesto que han sido los socialistas los que han creado la crisis desde dentro de su partido; además, el presidente del Gobierno ha dado un buen revolcón al Alcalde cuando ha insistido que en el Partido Popular lo importante no son las personas, lo importante es el proyecto; y que en este contexto es en el que hay que plantear la sucesión. Más claro el agua.

Gallardón ha vuelto a sacar los pies del tiesto. En el PP comentan: "es incorregible, cuando mejor estaba lo ha vuelto a estropear". Y es que, en efecto, es un grave error de estrategia política como ha actuado Ruiz Gallardón. Había hecho lo más complicado en un político, había rectificado, estaba de nuevo en el núcleo de los elegidos, todos alababan su actitud de disciplina. Pero todo ha sido como un sueño rápido con final estrepitoso. Hemos vuelto a la realidad, Gallardón sigue donde estaba. A su aire, a lo suyo, pasando de todos y con el único objetivo de ser presidente del Gobierno. En definitiva, renunciado al partido y volviendo a ser el llanero solitario. El problema es que ahora se está quedando más sólo que nunca. Y Ruiz Gallardón sin el Partido Popular detrás es una anécdota, una triste anécdota en la política española. El sabrá lo que quiere y lo que hace, pero por este camino, el final de su protagonismo vuelve a estar a la vuelta de la esquina.


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