Menú
Ignacio Villa

El pastelero apuñalado

Para explicar algunas de las polémicas que estos días sacuden al partido en el Gobierno, hay que partir de una premisa: el PP está en un momento crucial de su historia, se juega mucho, afloran los nervios, que se mezclan con algunos errores en el diseño del complicado proceso de sucesión. Junto a eso, no debería extrañar cierta "vidilla" alrededor del calendario: los populares tienen entre manos su futuro político y resultan inevitables ciertas turbulencias. Aceptadas las deficiencias que presenta el diseño de la operación sucesoria, no parece sin embargo que sea el momento más adecuado para que los populares se enreden en sus propios errores. Por el contrario, han de cerrar filas, no dar pie a "serpientes de verano" ni a historias que se pueden volver contra ellos. Y especialmente no es momento para reabrir vieja polémicas y enfrentamientos internos que parecían definitivamente cerrados.

El último episodio de este entramado es la conversación de Alberto Ruiz Gallardón en Toledo con dirigentes socialistas. La primera impresión que nos deja leer lo publicado se acerca más a la política ficción o a una historia novelada que a una reproducción fiel de una conversación de carácter estrictamente privado. Pero, quizá, lo que más llama la atención es que en esa pormenorizada descripción de las palabras de Ruiz Gallardón no aparezcan también los comentarios de los líderes socialistas presentes. ¿Estaban todos mudos? ¿Sólo hablaba el Alcalde de Madrid? En fin, una pregunta cuya respuesta dejaría posiblemente todo en su sitio.

De todas formas, Gallardón también deberá tomar buena nota, ya que, a pesar de su larga carrera política, ha pecado de ingenuidad. Es más, va siendo hora de que se dé cuenta de que no se puede ser "amigo de todo el mundo", llevarse bien con todos y no tener enemigos. En política no se puede bajar la guardia, pero, por encima de todo, no se puede articular una posición política desde una actitud de "bondad general". La política se debe fundamentar en principios y convicciones, sabiendo de antemano que no todo el mundo va a coincidir en esos principios, y siendo muy consciente de que el respeto a las ideas nunca evitará que surjan zancadillas de uno y de otro lado.

Gallardón se ha llevado un buen revolcón. Cuando se tiene ambición, hay que estar alerta ante estas sorpresas, es un riesgo seguro. El que aspira a mucho, siempre está en el escaparete. Y Gallardón, si realmente quiere ser presidente del Gobierno, debe tomar buena nota de que llegará a esa posición por el voto de unos ciudadanos que quieren políticos de ideas y de convicciones. El pasteleo siempre pasa factura. Y Gallardón tiene una auténtica debilidad por un pasteleo que siempre le ha causado problemas. A buenas horas descubre el Alcalde de Madrid, que tiene enemigos. ¡Menuda sorpresa!

En Opinión