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Ignacio Villa

Esa cosa...

La intervención del presidente Aznar sobre el caso Gescartera ante su Grupo parlamentario, se ha convertido en el más claro exponente del estado de ánimo y de lo que piensa el Jefe del Ejecutivo sobre este caso de corrupción. Aznar, habitualmente indescifrable, no ha podido evitar exteriorizar lo que lleva dentro. Y es que en esta polémica está utilizando de forma milimétrica los gestos.

Primero se ausentó del Pleno extraordinario que aprobó la Comisión de investigación, luego llegó el apoyo a Rato y Montoro desde ese enigmático: “le veo bien, si me apura, le veo muy bien”, y ahora no habla de Gescartera, se refiere al escándalo como: “ esa cosa de la que se habla por ahí”. Una afirmación que descubre el fondo de la cuestión.

La estrategia que están siguiendo desde Moncloa, en este escándalo, ofrece dos claros errores. Por un lado, Aznar se ha quitado de en medio. No quiere verse salpicado por Gescartera y por lo tanto ya ha advertido a los suyos, que él no va a solucionar el “pastelón”. Esta “desaparición” del mapa de Aznar ha provocado y está provocando un gran desconcierto. El segundo error que ha quedado en evidencia en la reunión con sus diputados, es que Aznar está enfadado muy enfadado; pero no por la estafa, por el dinero perdido o por los ciudadanos perjudicados; está muy enfadado porque a “él”, también le ha pasado; a “él” también le ha llegado la marea de la corrupción.

Aquí nadie ha acusado al Gobierno de robar, o de permitir el robo. Pero lo que aparece como algo cada vez más claro es que existía una gran maquinaria de lavado de dinero negro y los responsables del Ejecutivo no se habían enterado. Y además no hay que olvidarse de que hay un secretario de Estado que se ha quedado en el camino, y nadie ha explicado con claridad esa dimisión.

Aznar se ha enfadado por “esa cosa”, pero los enfados en estas cuestiones delatan, no solucionan. Lo que hay que hacer es aclarar la trama, y también “ocuparse” de los afectados inocentes e involuntarios.

Gescartera sigue en el candelero, y el Gobierno sigue sin acertar en la estrategia para frenar el daño político que les está causando. No es suficiente con enfadarse. Es más, los enfados no sirven para nada.

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