Los políticos españoles tienen con frecuencia una debilidad: utilizar a Europa. Siempre es la excusa, el bálsamo, la razón para no afrontar los problemas internos. Este nuevo curso político está previsto que sea el gran año internacional de José María Aznar con dos puntos de apoyo.
Por un lado, el próximo mes de noviembre será elegido en México el gran líder del Centro Reformismo Internacional que va a sustituir a la antigua Internacional Demócrata-Cristiana. Por otro, en el primer semestre de 2002, España asume la presidencia de la Unión Europea con dos Consejos Europeos, una Cumbre EU-Países Iberoamericanos en Madrid y el trascendente nacimiento real del Euro. Un panorama muy cargado de citas internacionales que se completa con varias giras por los países europeos que aspiran a incorporarse a la Unión Europea y otras citas habituales, como la Cumbre Iberoamericana de Lima.
En fin, una agenda muy completa prevista desde hace tiempo y que el presidente Aznar puede afrontar de dos maneras. La primera, que es la razonable, sería atender a los problemas internos de la política española. No despreciar las necesidades cotidianas de lo español, que quizá pueden parecer algo “vulgar”, pero que al fin y al cabo es para lo que le han elegido los españoles con mayoría absoluta.
Los viajes no son malos por sí mismos. Lo malo es que sirvan de excusa para evitar afrontar los problemas internos. Por ejemplo, el “caso Gescartera” no puede ser una nimiedad para el presidente del Gobierno. El primer e importante caso de corrupción desde él llegó a La Moncloa no puede quedar relegado a segundo lugar por un teórico papel trascendental de España en el panorama internacional.
Como decía, lo saludable, lo esperado y lo deseado por los ciudadanos españoles que pagan sus impuestos, es que el presidente del Gobierno esté más atento a lo interior que a lo exterior. Una agenda internacional apretada no puede relegar a la categoría de insignificante o intrascendente las verdaderas preocupaciones de los españoles. Las agendas internacionales no pueden ser la excusa para no afrontar las verdaderas cuestiones.
Existe también una segunda fórmula para afrontar el curso político que es, sin duda, la gran tentación: refugiarse en Europa. En tal tentación ya cayó Felipe González. Todavía recordamos todos la presidencia española de la Unión Europea del año 1995. Pocos meses después eran las elecciones generales. González y Solana utilizaron aquellos seis meses para intentar salvar los muebles. Pero ya era tarde. Ni siquiera la elección de Javier Solana como secretario general de la OTAN pudo borrar del mapa una amplia colección de casos de corrupción que propició la victoria del PP en el 96.
Ahora la situación es diferente. Desde luego que sí. Pero la tentación está ahí: dejar las cuestiones de política nacional como cuestiones menores y pensar que Europa hará olvidar los males y las enfermedades. Agenda internacional, de acuerdo. Política exterior, por supuesto. Pero, primero, hay que cumplir los deberes domésticos, quizá algo menos aparatosos, pero obligatorios. De no ser así, volveremos a la receta felipista: Europa como huída.
Al final, nadie engaña a los ciudadanos.
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