Todos estamos de acuerdo en que la banda terrorista ETA y sus macabros atentados no deben marcar la agenda política general, ni la agenda del presidente del Gobierno. Y precisamente, para que en ningún caso se perciban cambios de agenda, parece necesario que el presidente del Gobierno adopte una actitud fija y constante en esta cuestión.
Hace una semana, por primera vez desde que es presidente del Gobierno, suspendía una visita oficial por un atentado etarra. Poco después, el portavoz Cabanillas explicaba que José María Aznar había suspendido la visita oficial a Vietnam porque le gusta dar la cara en los atentados. Seis días después, en Irán, un atentado salpica otra vez una visita oficial de Aznar. En esta ocasión, el presidente del Gobierno, de forma inopinada, decide mantener la segunda jornada de la visita cuya agenda, facilitada por Moncloa desde hace semanas, tiene un alto contenido turístico. Aznar, declara ahora que su sitio es estar en Isfahan.
Con una diferencia de seis días, se toman dos decisiones distintas sobre el mismo asunto. Posiblemente las dos posturas son defendibles políticamente. Lo que no es tan fácilmente defendible es que ante un mismo hecho, y sin razones aparentes, se cambie de opinión. Y más cuando de por medio hay una jornada de turismo. En Moncloa se sigue demasiado pendiente de las críticas.
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