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Ignacio Villa

La burla de la sonrisa

desde Madrid, el Gobierno ZP observa, sonríe y es incapaz de reconducir una situación que se le ha ido de las manos

La polémica que se ha suscitado en Cataluña con la "Diada" y la ausencia de  las banderas de España en los edificios oficiales es un eslabón más de la cadena que el tripartito catalán está elaborando de forma sistemática. Es un ejemplo gráfico y determinante de la política de exclusión que se vive y se transmite en la gestión del Gobierno catalán. En estos detalles –que no son anecdóticos– es donde realmente se manifiestan las intenciones de unos gobernantes. Apuestan por lo que apuestan, lo hacen a cualquier precio y no les importa renunciar a lo que sea.

El Ejecutivo de Pascual Maragall ha soltado amarras desde hace mucho tiempo de cualquier mínimo entendimiento con el Gobierno central. Es más, se ríen de lo que se dice o se pide desde Moncloa. La vicepresidenta del Gobierno ha pedido a Maragall que se coloquen las banderas españolas en la fiesta de la Diada. La respuesta la hemos encontrado desde Esquerra Republicana, que ha dicho que "nadie coloca en su casa la bandera del enemigo". ¿Alguien necesita alguna explicación más? Con esta contundencia todo queda mucho más claro. El tripartito catalán está donde está, y esa estrategia medida tiene un objetivo: chupar al máximo del Estado a cambio de hacer después lo que le venga en gana. Y mientras, desde Madrid, el Gobierno ZP observa, sonríe y es incapaz de reconducir una situación que se le ha ido de las manos.

Ante esta grave situación de falta de autoridad institucional no se entienden las dulces palabras de algunos líderes del PP catalán. Y es que no tiene mucho sentido que, desde un centrismo melifluo y azucarado, se intente mantener una posición de equidistancia en esta polémica. En el PP catalán hay voces que piden más rotundidad y una condena más clara a esta inexplicable crisis de poder. Esas voces no pueden quedar eclipsadas por una estrategia vaga, amplia y sin identidad. Los populares catalanes no viven una situación fácil en Cataluña, de acuerdo, pero al mismo tiempo no pueden renunciar tan fácilmente a su identidad. Si se quedan en tierra de nadie se los llevará la corriente, como ya ha ocurrido con el Gobierno Zapatero, que detrás de tanta sonrisa esconde una preocupante imposibilidad de gobernar.

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