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Ignacio Villa

La Constitución como excusa

Como cada año en la primera semana de diciembre, volvemos a la polémica sobre la necesidad o no de reformar la Constitución. Se trata de una discusión cíclica, que se repite cada seis de diciembre; pero que pone encima de la mesa, de forma inexorable, las verdaderas debilidades internas de cada partido. Es un fenómeno directamente proporcional: él que más habla de reformar la Constitución, más problemas internos tiene. Dicho de otra manera y mientras no se demuestre lo contrario, hablar de reformar la Constitución es utilizarla para tapar los problemas internos.

En este sentido hay que reconocer que José María Aznar mantiene en este punto, junto al de la lucha antiterrorista, un mensaje claro, constante y nítido. El presidente del Gobierno es de la opinión de que el texto constitucional ha sido una fórmula de éxito y que, por lo tanto, no necesita ningún cambio. Es esta una postura que Aznar mantiene desde hace mucho tiempo y que en el PP se recibe sin ningún tipo de discrepancias. Nadie pone en duda la doctrina del presidente, nadie busca refugio en un debate más o menos artificial para tener contentos a todos. Pero sobre todo hay una cuestión en la que hay que dar la razón al presidente del Gobierno: aquellos que hablan de reforma, hablan y hablan pero no aclaran en qué puntos se debe apoyar ese cambio propuesto.

Y es que, precisamente, el debate sobre esta reforma, provocado sobre todo desde el PSOE, esconde un verdadero problema de organización interna. Esta polémica, en muchos casos artificial, está propiciada por un Secretario General al frente de un partido en el que cada vez es más visible la inexistencia de unidad interna. Rodríguez Zapatero, lejos de afrontar la diversidad de criterios y de opiniones que tiene en su partido, lejos de aplacar los permanentes gestos de protagonismo de sus líderes regionales, lejos de entrar de lleno en el debate para unificar criterios, ha utilizado una vieja táctica: ha intentado sacudirse la polémica lanzado la cuestión a la palestra general e intentado crear un ambiente de confrontación con el PP, con la idea sobre España como excusa.

No se pone en duda un posible y saludable debate sobre ese modelo de Estado, pero cuando se utiliza ese debate para tapar las tensiones y los enfrentamientos internos, el resultado final es el desastre. Rodríguez Zapatero, incapaz de enfrentarse por ejemplo a Pascual Maragall, prefiere asumir sus tesis, provocar al Gobierno y mirar hacia otro lado. Una pena de oposición.

Y mientras tanto, los nacionalistas no quieren perderse la historia. En este caso han sido los catalanes, quienes desde hace meses se encuentran descolocados de la política nacional, los que han creído encontrar una veta. Convergencia i Unio no tiene un norte claro y no ha sabido construir una línea política constante sobre una inexplicable relación de amor-odio con el PP: "hoy te voto, mañana no te voto". En este caso, continuando con la desorientación, se han subido al vagón de una polémica que no conduce a ninguna parte. Sin embargo, es cierto que los nacionalistas catalanes no podían permitirle a Pascual Maragall que les haga sombra en esta cuestión, pues todo indica que puede haber adelanto de las elecciones autonómicas.

En definitiva, estamos donde estábamos hace un año, y dos años, y tres años. Dentro de unos días todo volverá a la normalidad. Y parte de esa normalidad seguirá siendo la ausencia de un discurso unificado y constante del PSOE sobre un modelo de España.

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