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Ignacio Villa

La mediocridad inmune

María Elena se está convirtiendo en este final de año en el mejor argumento del Partido Popular, en el mejor aliado de Mariano Rajoy; es difícil acumular tantos despropósitos de una forma tan pública y notoria a sólo tres meses de las elecciones.

Hay que reconocer que es única; no hay nadie como ella. De hecho, es difícil pensar que nos volvamos a encontrar en muchos años a un ministro como la titular de Fomento. Magdalena Álvarez ha roto todos los moldes. Ya no quedan palabras con las que describir adecuadamente su gestión. Se ha hablado de ineptitud, mediocridad, inacción, prepotencia, arrogancia, displicencia, inoperancia; hasta se ha mencionado la posibilidad de que sea gafe. En fin, se han calificado de tantas maneras la labor de Álvarez que no parece que se haya quedado sin utilizar ningún rincón del vocabulario. La Real Academia tendrá que ponerse a hacer horas extra para remediarlo. Pero, a pesar de todo, la ministra de Fomento se ha atrincherado en un desparpajo insolente que lejos de lavar su imagen la hunde más y más en una situación políticamente dantesca.

Ahora mismo Álvarez parece incapaz de hacer o decir algo coherente. Pese a ello, al disponer del apoyo público del presidente Zapatero goza de una inmunidad que no es de recibo. Incluso desde las propias filas socialistas el asombro y las críticas no se ocultan: ¿cómo es posible –dicen– que nadie la mande callar? ¿Cómo es posible que nadie desde Moncloa ordene a Álvarez que se esconda hasta después de las elecciones generales? María Elena se está convirtiendo en este final de año en el mejor argumento del Partido Popular, en el mejor aliado de Mariano Rajoy; es difícil acumular tantos despropósitos de una forma tan pública y notoria a sólo tres meses de las elecciones.

A Magdalena Álvarez parece no importarle nada de nada, ni siquiera su propia imagen. Borracha de inauguraciones, la ministra de Fomento lleva días recorriendo España cortando la cinta de obras mal acabadas, carreteras que se tienen que volver a cerrar y trenes de alta velocidad que nunca llegan a la hora. Todo mal hecho, a medias, a destiempo. Pero a ella le falta tiempo para inaugurar "como sea" todo lo que puede.

Y cuando surgen los inevitables problemas de tanta precipitación, la estrategia de Alvarez es sencilla: echarle la culpa a los demás. En Barcelona, cuando aparecieron los socavones, su dedo señaló inmediatamente a la empresa constructora OHL. Ahora que los retrasos del AVE empiezan a ser un fijo en telediarios y periódicos la culpa es de Siemens, que ha sido la encargada de todo el operativo informático. Al final la culpa es siempre de los demás; lo que sea con tal de no reconocer el más mínimo error. Por lo que parece, Magdalena Álvarez es perfecta y nadie se había dado cuenta. ¡Qué torpeza la nuestra!

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