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Ignacio Villa

La tristeza de un Gobierno

José Maria Aznar ha estado muy poco convincente y poco claro a la hora de despejar dudas sobre una posible crisis de Gobierno. Se ha limitado a decir que tiene muchos proyectos para el próximo otoño y que cuando tenga que hablar de cambios lo hará en el momento oportuno. Es cierto que el presidente del Gobierno no debe airear públicamente las debilidades de sus ministros. Pero también lo es que la poca contundencia de Aznar en sus palabras abre un amplio abanico de posibilidades y de interrogantes.

El Presidente sabe perfectamente que el Partido Popular acudió a las elecciones de marzo de 2000 con un magnífico programa electoral que le proporcionó una histórica mayoría absoluta. Ese programa electoral ofrece un amplio elenco de proyectos y de iniciativas. Algunas ya han sido puestas en marcha, otras todavía siguen en la sala de espera. Algunas ejecutadas con fidelidad, otras aguadas con ese complejo pactista que inunda últimamente cada acción de la política popular. En ese programa de la mayoría absoluta, que fue apoyado de forma aplastante por los ciudadanos, están todos los proyectos posibles. Ahí no pueden existir sorpresas. Las cartas están encima de la mesa, con claridad desde el principio.

En cambio, donde sí surgen las dudas y las críticas es en las formas, en la manera de ejecutar y explicar a la opinión pública esos proyectos. En definitiva, el centro del problema está en los ministros, que son los encargados de la gestión, y no en las iniciativas, que son ya de sobra conocidas. Proyectos hay muchos, pero no se están ejecutando con brillantez y, lo que es más preocupante, se "venden" con un bajo pulso político.

Se ha dicho que el Gobierno ha estado inmerso en una depresión. Creo que hay algo peor, este Ejecutivo está triste. No disfruta haciendo política ni tiene el interés por cubrir etapas. No contagia seguridad. No transmite ilusión. Pero lo cierto es que el proyecto existe. Está escrito y avalado por unas elecciones. Pero se ha quedado en letra impresa. Este Gobierno, mejor dicho, la mayoría de los ministros, no ha sabido dar vida a un atractivo proyecto electoral. Y ha quedado todo abocado a una cierta mediocridad.

El presidente del Gobierno, suponemos, es consciente de todo ello. Él sabe que no es un problema de proyectos, es una cuestión de personas que sean capaces de sacar adelante unas iniciativas que en su momento encandilaron a la mayoría. El Ejecutivo, en efecto, necesita un impulso político; pero no desde las ideas, más bien desde las personas. Hace falta que el presidente del Gobierno devuelva la alegría a un Gabinete que la perdió hace muchos meses.

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