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Ignacio Villa

La vanidad de Piqué

Cómo le gusta a Josep Piqué salir en la foto. Esa actitud que puede ser intrascendente cuando estamos hablando de cualquier reunión internacional de dudosa eficacia, puede convertirse en algo muy perjudicial cuando nos referimos a un contencioso de siglos como el de Gibraltar. Una vez más, la indiscreción, el ansia por lograr unos titulares y la falta de tacto para aguantar la presión en la recta final de una complicada negociación colocan al ministro de Exteriores en el escaparate de la vanidad.

En esta historia de Gibraltar, Piqué ha caído en la trampa. Ha creado unas expectativas sobre una posible solución de las que ahora deberá dar explicaciones. Él solo se ha metido en el callejón sin salida. Hace unos meses, cuando nadie sospechaba que se pudiera alcanzar un acuerdo, se puso encima de la mesa la salida de la soberanía compartida. Una posibilidad que fue bien recibida por la opinión pública. Pero esa misma opinión pública que vio con buenos ojos la iniciativa, no entendió las razones por las que el ministro Piqué puso fecha rápidamente al acuerdo. El titular de Exteriores insistía, y ha seguido insistiendo hasta hace apenas unos días, en que podía haber acuerdo antes del próximo mes de agosto. ¿Por qué se ha empeñado Piqué en poner fecha límite a una negociación sobre un problema que dura siglos? ¿Es que acaso piensa que hasta que él no ha llegado a ese ministerio nadie ha tenido ideas lúcidas y brillantes?

Piqué ha cometido un grave error por su desmedido afán de protagonismo. En política es de sobra conocido que, en la recta final de una negociación, los nervios están a flor de piel, la presión es muy grande y cada paso que se avanza cuesta medio mundo. Y cuanto más cerca está el final, más complicado es el desenlace. Pero Piqué, que está demostrando una gran dosis de impericia diplomática, puede haber complicado el resultado marcando una fecha límite. El contencioso de Gibraltar es difícil. Nadie ha pedido inmediatez en los resultados. Es reconocido por todos que, en cuestiones como esta, hace falta prudencia, buena mano y especialmente discreción. Josep Piqué no ha sido prudente, su trabajo está siendo de dudosa eficacia y ha mostrado muy poca discreción. Y es una pena, puesto que por primera vez en siglos se percibe una intención por ambas partes de encontrar una solución. Y en esto de la política, aunque no lo parezca en ocasiones, lo más eficaz es morderse la lengua.

En fin, esperemos que todavía estemos a tiempo de reconducir las negociaciones, aunque desde ahora sería mejor que Piqué estuviera calladito. Por el bien de todos.

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