Menú
Ignacio Villa

Las catacumbas nacionalistas

Como una aparición, como el eco de otros tiempos muy lejanos al inicio del siglo XXI, nos llegan de nuevo las incansables, las agotadoras reivindicaciones nacionalistas. Los partidos firmantes de la Declaración de Barcelona atacan de nuevo, y muy especialmente, el presidente del PNV, Javier Arzalluz.

La reunión de Bilbao sitúa en el escaparate las obsesiones permanentes de los nacionalismos en España. Viven anclados en la amargura, en la reivindicación, en la queja. Viven cada vez más lejos de las verdaderas inquietudes de los ciudadanos. Viven en otro mundo, y además no quieren abandonarlo.

Nunca tienen lo que quieren, nunca alcanzan lo que persiguen, nunca reciben lo que piden. En resumen: ¡una auténtica desgracia! Es la política entendida como un lamento constante. Es la política vivida desde una actitud victimista. Es la política acogida a la derrota como único móvil vital. Es, en definitiva, el pesimismo como referente permanente. Todo lo escrito, es la trascripción literal de la forma de hacer política de los distintos partidos nacionalistas. Siempre enfadados, siempre pidiendo, siempre enconados. No conocen la alegría por los logros conseguidos, siempre quieren más. No entienden de una política a medio plazo, siempre buscan recompensa inmediata. No saben de generosidad, siempre piden y piden, sin descanso. Esto es lo que hay, la estrategia nacionalista está basada en la permanente reivindicación y en la triquiñuela. Una actitud que en muchas ocasiones se entremezcla con dos rostros: uno tranquilo y el otro radical. Y en otros, como en el País Vasco, se confunde con una clara tibieza con el terrorismo.

En definitiva, el nacionalismo está donde está y no quiere salir de ahí. Nunca van a estar contentos. Prefieren el monte a la ciudad. Hablan de normalidad y no la entienden


En Opinión