Menú
Ignacio Villa

Los peligros del veraneo

El ministro de Exteriores, Josep Piqué, nos ha vuelto a enseñar lo que un titular de la diplomacia española no puede hacer. Piqué, que es un hombre brillante en sus exposiciones, y que ha descubierto, hace tiempo, el gancho de la política, no está respondiendo a la ecuanimidad y a la prudencia que se le supone al responsable de un Ministerio de esta categoría.

Primero aterrizó en Industria. Era un desconocido en la política nacional y lo hizo de forma discreta y con un carácter técnico. Luego asumió también la portavocía del Gobierno en un momento importante de la legislatura, con tregua de ETA incluida. Su trabajo fue bueno en medio de la tormenta del caso Ertoil. Y, por fin, llegó a Exteriores por una decisión personal y algo sorprendente del presidente Aznar. Unos dijeron que Aznar le premiaba con ese Ministerio, otros que le aparcaba de forma elegante, ya que el verdadero ministro de Exteriores iba a ser el propio presidente del Gobierno.

Sea cierta cualquier hipótesis, nos encontramos en un punto en el que el trabajo de Piqué al frente de Exteriores está más lleno de errores y polémicas que de eficacia. Su trabajo no luce.

Recordemos cuatro. La primera, en la última cumbre Iberoamericana en Panamá. Por razones que nadie ha querido aclarar, no estaba previsto que los Reyes fueran recibidos a su llegada a Panamá por el presidente Aznar o por el ministro Piqué. En medio de una gran polémica en todos los medios de comunicación, el titular de Exteriores tuvo que cambiar los planes y llegar deprisa y corriendo para que los Reyes de España no se encontraran solos cuando bajaran la escalerilla del avión. Una solución de emergencia que marcó con frialdad esta cita Iberoamericana.

La segunda es el penoso y triste caso del submarino británico “Tireless”. Un ejemplo de incompetencia, contradicciones, “miedos políticos” y falta de un plan claro y prefijado de política exterior. Resultado: los británicos hicieron lo que quisieron en todo momento. La tercera, en Jerusalén, en plenas elecciones vascas, cuando comparó a los palestinos con la banda terrorista ETA. El propio presidente Aznar telefoneó a Piqué para que rectificara unas declaraciones perjudiciales para la política exterior española y dañinas para el proceso electoral vasco. En definitiva, otro resbalón.

Cuarto y más reciente, el enfrentamiento que se vive estos días con Marruecos con la cuestión de la inmigración como centro de la polémica. Sin entrar en el fondo de la cuestión, que es difícil y compleja, la superficie nos ofrece motivos contundentes para la reflexión. El ministro de Exteriores se ha equivocado otra vez. Ha buscado “cuota” de telediario desde sus vacaciones catalanas. Y entre paseo y paseo, ha decidido hacer declaraciones sobre la avalancha de inmigrantes desde nuestro país vecino.

Primero anunció la petición de explicaciones al Embajador marroquí, luego ha quitado importancia a que el Embajador diera plantón y, al final, lo de siempre: “Estamos trabajando en la buena dirección”. Parece nuevo el ministro. Se olvida de cómo se las gastan nuestros vecinos del sur.

Exteriores no es su sitio. Le ha quedado grande. Y que conste que en las dos carteras que desempeñó con anterioridad su trabajo, bueno o malo, lució con más consistencia. Pero se ha equivocado de estrategia. Exteriores es otra historia, tiene otro estilo y otra manera de trabajar. Y una cosa más: en ese departamento no hay vacaciones. Hablar más de la cuenta, sin todos los datos en la mano y muy lejos del despacho, es peligroso. La diplomacia no se puede permitir el lujo del descanso. Los silencios en política también son importantes.

En Opinión