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Ignacio Villa

No es la fiesta de Zapatero

El presidente del Gobierno no oculta que la democracia española debe buscar su legitimidad no en los valores de la época de la que ahora celebramos su trigésimo cumpleaños, sino en los de la Segunda República

Los medios de comunicación llevamos varios días recordando el trigésimo aniversario de las primeras elecciones democráticas. Hemos podido así recordar imágenes, escuchar los sonidos de entonces, recuperar análisis sobre lo que pasó y lo que pudo pasar y rebuscado en nuestra memoria historias de unos años que sin duda son ya parte de la historia de España.

Treinta años después hay interpretaciones de lo sucedido para todos los gustos y tenemos los recuerdos de cada protagonista. Lo que entonces era imposible de prever y hasta hace bien poco resultaba impensable es que uno de los grandes problemas que los españoles nos íbamos a encontrar en este aniversario sería que el presidente del Gobierno fuera uno de los grandes detractores públicos de aquella época. Zapatero, durante sus tres años en el poder, se ha erigido en unos de los grandes críticos de aquel periodo de nuestra historia. Pero no se ha limitado a poner peros a estrategias o resultados concretos. Ha ido mucho más allá.

Zapatero ha repetido, y lo ha hecho con insistencia, que la Transición no se completó correctamente y que la izquierda fue la gran perdedora del proceso. Es más, el presidente del Gobierno no oculta que la democracia española debe buscar su legitimidad no en los valores de la época de la que ahora celebramos su trigésimo cumpleaños, sino en los de la Segunda República, un régimen que sólo nos legó errores y enfrentamientos y que incluso terminó en guerra civil. Como se ve, un modelo digno de su admirador.

El presidente del Gobierno ha estado muy incómodo durante estos últimos días por varios motivos. Es evidente que quería un protagonismo institucional que no ha tenido, por lo que no ha podido reivindicar sus valores republicanos. Encima, han quedado en evidencia sus intenciones de dividir y enfrentar a los españoles en la celebración de un espíritu de concordia. El 15 de junio no ha sido un día de fiesta para Zapatero.

Treinta años después de las primeras elecciones democráticas, nadie pone en duda que en la Transición se cometieron errores, que muchos entonces fueron más ingenuos de lo debido y que se tomaron decisiones a las que podían haber dado otra vuelta. Pero también está claro que para lo que no hay sitio es para más lecciones de transición, libertad y democracia de José Luis Rodríguez Zapatero. El que impulsa la memoria histórica sesgada, anima al enfrentamiento, azuza viejas heridas y recupera rencillas no es quien para decirnos a los españoles nada sobre la Transición. Lo mejor que puede hacer es guardar silencio, dejándonos en la esperanza de que en política todo tiene su tiempo, y que el ciclo de Zapatero acabará. Los españoles no quieren enfrentamientos; quieren una España normal que se ha demostrado incompatible con su presencia a cargo del Gobierno.

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