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Ignacio Villa

Rencor, bilis y corrupción

Da miedo escuchar a Felipe González recuperando viejas formas y modos. El espectáculo que este fin de semana hemos tenido que soportar nos ha devuelto, como en una pesadilla, a unos tiempos en los que la charlatanería era la materia prima con la que se fabricaba la política diaria. Felipe González, que en sus últimos años de Gobierno dilapidó, al ritmo de la corrupción, su posible herencia política, no ha sabido encontrar su lugar bajo el sol ya en la retirada. Maltrecho por su etapa final en La Moncloa, ha triturado cualquier recuerdo positivo. El hombre que no supo retirarse en el momento adecuado, tampoco ha sabido acreditar un “status” de ex-presidente del Gobierno.

Destructivo en sus críticas con el Gobierno popular y atrofiado por el rencor al observar que la historia de España continua sin su presencia, Felipe González se ha convertido en un triste chiste para el público en general y en un peligro constante para el funcionamiento interno de su partido. En el PSOE muchos lo piensan, pero nadie se atreve a decirlo: González debería entrar por los caminos de la discreción y de la cordura, especialmente por el bien de su partido. Mientras permanezca en la sombra dirigiendo las líneas maestras del PSOE, con la ayuda inequívoca del Grupo Prisa, provocará un daño irreparable al socialismo español.

Pero insiste una y otra vez en su estrategia: ni hace, ni deja hacer. Prefiere seguir laminando a los líderes de su partido como una muestra excelsa del personalismo político. Aún no ha asimilado perder unas elecciones generales frente a José María Aznar y parece dispuesto a no parar hasta conseguir que su vuelta se considere como algo necesario entre los socialistas. Su tozudez para mantener el protagonismo en el PSOE, su perseverancia en dirigir a los distintos secretarios generales que le han sucedido, su constancia en no desaparecer de la escena política está lastrando a un PSOE que no levanta cabeza porque, cuando ha amagado ligeramente con romper con el felipismo, ha sido el propio González el que ha irrumpido en escena dinamitando cualquier posibilidad.

Las intervenciones públicas de Felipe González son cada vez más esperpénticas. Como un boxeador noqueado por sus propios errores, el aspecto que presenta el que fuera presidente del Gobierno es lamentable en las formas y en el fondo. Con Felipe en la palestra, el PSOE se mantendrá por muchos años en la oposición, incapaz de reconstruir un proyecto ilusionante y novedoso. Felipe, inmerso en su tradicional personalismo, no se ha enterado de que los españoles no quieren ni rencor, ni bilis...y tampoco quieren corrupción.

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