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Ignacio Villa

Sin jefe y enfrentados

El escándalo Gescartera se ha precipitado, y por lo que parece, ese cambio de planes no estaba escrito en el guión del Gobierno. Los acontecimientos de los últimos días y la llamativa reacción del vicepresidente Rato demuestran que el Ejecutivo tenía diseñado un plan que ha sido dinamitado.

El ingreso en prisión de Pilar Giménez-Reyna y la dimisión de Pilar Valiente, sitúan la crisis de Gescartera en el momento más agudo desde que estalló el pasado verano. El Gobierno, que ha intentado construir diques de contención para no verse salpicado, se está quedando sólo ante el peligro. El Gobierno, una vez más, es víctima de sus propios errores.

Además, con este caso de corrupción, se está haciendo visible una situación novedosa. El presidente del Gobierno se ha desentendido. José María Aznar, que nunca pensó que la corrupción podría pasar cerca de su casa, está descubriendo que no sólo ha pasado cerca, sino que la “anécdota” Gescartera, se puede convertir en uno de los grandes escándalos financieros de la Democracia.

No fue casualidad –ni mucho menos– que el presidente del Gobierno estuviera ausente en el pleno del Congreso en el que se dio luz verde a la puesta en marcha de la Comisión de investigación. La ausencia de Aznar, que provocó nerviosismo y desasosiego entre los suyos, fue un mensaje cifrado y contundente: “El que tenga que solucionar el escándalo que lo haga”. Un mensaje que está cumpliendo milimétricamente. Desde este verano, el presidente del Gobierno ha evitado hablar del caso Gescartera. Desde el ya famoso “caiga quién caiga”, sólo se ha referido a él con simples formalismos. Aznar se ha quitado de en medio, y todos lo saben.

Quizá ese es el gran problema. El presidente ha dicho a los suyos: “Esto no va conmigo”. Y está dispuesto a cumplirlo. Aznar ha dejado solos a los suyos, y ellos son conscientes de esa soledad. La falta de un guía para solucionar la crisis, la ausencia de la cabeza natural para arreglar el escándalo está provocando verdaderos problemas entre los miembros del Gobierno afectados por el caso.

Y a la “fuga” de Aznar hay que sumar las maniobras internas de algunos de los candidatos a la sucesión, que observan cómo la lista de heridos por esta historia puede ser larga, empezando por el propio Rodrigo Rato.

En el PP, en el Gobierno, se percibe soledad y también ausencia de unidad. No están afrontando la crisis como una piña, actitud que sería la normal cuando surge el primer gran escándalo de corrupción desde que ganaron las elecciones en el 96. No están unidos, y además no tienen jefe. Con la sucesión en el horizonte, nadie quiere quemarse, y al final, el problema es que el fuego puede quemar a todos.

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