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Ignacio Villa

¡Somos únicos!

Veintidós años después, seguimos con la Constitución a vueltas. Es el recurso fácil, el argumento simplón, la excusa vacía de los políticos cansinos y repetitivos. Veintidós años después, seguimos utilizando la Constitución para esconder las carencias de la clase política.

Cuando no hay acuerdo, cuando falta coraje, cuando no existe la visión de Estado, volvemos a la misma cantinela: una posible reforma de la Constitución. Para empezar, hay que reconocer que la Carta Magna del 78 es uno de los grandes éxitos de la Historia reciente de España. El texto ha sido razón de estabilidad y motivo de concordia. Ha servido para cerrar heridas y enterrar odios. Ha establecido unos principios de convivencia y ha traído la madurez
democrática a la sociedad.

Pues bien, todos estos méritos no parecen suficientes. Todavía la Constitución se sigue poniendo en duda, se sigue discutiendo su utilidad y se aboga por reformas diversas para solucionar cuestiones, en muchos casos, partidistas.

No escarmentamos. Si la Constitución ha sido útil y ha servido para llegar donde estamos, que no es poco, conservémosla como una joya de la convivencia democrática.

Lo demás, son cuestiones menores. Además, la mayoría de ellas ofrecen soluciones. Eso sí, hace falta una clase política más efectiva y con más categoría. Esa sí que es la reforma necesaria. La Constitución, ¡ni tocarla!.