Conocía a José Luis Percebal desde hace casi diez años. Como ocurre tantas veces en la radio, primero se conoce la voz y a través de ella se conoce a la persona. Una voz sin rostro, pero siempre con corazón. Así conocí a Percebal, como le llamábamos cariñosamente en la redacción. Él estaba en Rabat y yo vivía en Londres, los dos trabajábamos como corresponsales de la COPE. No nos conocíamos personalmente, pero compartimos muchas horas de antena: informativos, tertulias y ruedas de corresponsales.
Más tarde, cuando me trasladé a Bruselas, la relación fue más intensa. La pesca y los acuerdos de la Unión Europea con Marruecos nos unieron no sólo en antena, sino también en el trato personal. Fueron muchos meses de tensión informativa que tenía dos puntos de interés: Rabat y Bruselas. Las siempre complicadas relaciones europeas con Marruecos hicieron que esta información se mantuviera en primera línea durante muchas semanas. La radio es así: no nos conocíamos personalmente, pero a la sombra de la antena y de los directos la amistad fue surgiendo.
Tuvieron que pasar varios años para que ya pudiéramos conocernos personalmente. Fue en Rabat en 1997. Estaba acompañando al presidente Aznar en un viaje oficial a Marruecos. Entonces volvimos a trabajar codo con codo en directo y, como tantas otras muchas veces, el entendimiento fue perfecto. Trabajar con él era muy fácil.
Era un buen periodista; coherente, riguroso y trabajador. Era un profesional brillante. Estaba hecho para la radio. Sabía contar las cosas con atractivo. Pero Percebal, sobre todo, era valiente. Era un periodista batallador. Trabajar en Rabat no es fácil. En un régimen que no entiende de libertad, Percebal trabajaba sin miedo, entraba en los recovecos complicados y no tenía problemas para contar lo que sabía y lo que pasaba.
El Decano de los corresponsales en Rabat supo ser crítico con el régimen. No tenía miedo al poder. Percebal es el vivo ejemplo de un periodista de casta.
Descanse en paz.
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