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Ignacio Villa

Vuelve la crispación

Este miércoles, poco antes de que el fútbol eclipsara cualquier otra noticia, asistíamos a una tarde parlamentaria intensa, de esas que no son muy frecuentes últimamente en el Congreso de los Diputados. Lo cierto es que el Gobierno no ha conseguido cerrar la polémica, mientras que el PSOE, sin ideas, seguirá manteniendo a Pío Cabanillas como el objetivo de sus ataques en las próximas semanas. Además, unos y otros han vuelto al viejo y olvidado ambiente de crispación política. Repasando las formas y fórmulas de los protagonistas, estas son algunas anotaciones desde la tribuna del Congreso:

José María Aznar: Hizo lo justo. No quiso entrar en el fondo de la cuestión, evitando que le pueda salpicar la polémica. Pretendió mantenerse al margen de los ataques socialistas, pero volvió a reiterar las disculpas al PSOE. Sin embargo, lo más importante en relación con el presidente del Gobierno se produho fuera del hemiciclo, cuando le pidió expresamente al vicepresidente Rajoy que asumiera, a última hora, la interpelación parlamentaria para evitar dejar sólo a Cabanillas.

Jesús Caldera: Estuvo muy duro. Su objetivo era atacar al “Jefe” y dejar a Cabanillas para las preguntas. Caldera devolvió al Congreso el ambiente de crispación de la última etapa del PP en la oposición. Detrás de las palabras de Caldera se vislumbra un cambio de rumbo en la política parlamentaria del PSOE, con mayor dureza en los ataques y con una actitud más incisiva. Este nuevo estilo, bueno o malo, desde luego necesitará continuidad en el tiempo si pretende obtener algún resultado.

Pío Cabanillas: Mal. Estuvo mal. Con una intervención demasiado preparada y artificial, en ningún momento consiguió despejar la duda sobre su culpabilidad en la filtración. Nervioso y poco convincente, el Portavoz del Gobierno no supo cerrar la polémica y por lo tanto tendrá que asumir que va a seguir en el centro de los ataques de la oposición. No alcanzó su objetivo. La herida sigue abierta.

Máximo Díaz Cano y José Blanco: Los dos socialistas encargados de preguntar al Portavoz tuvieron suerte dispar. El primero estuvo bien. Con una intervención incisiva y clara, consiguió poner nervioso a Cabanillas. Blanco, en cambio, se encontró con el “toro” en suerte para entrar a matar y no lo supo hacer. Pepe Blanco no estuvo a la altura de las circunstancias cuando tenía al Portavoz a su merced.

Manuel Marín: Encargado de la interpelación, sacó su habilidad parlamentaria para poner en aprietos a Mariano Rajoy, aunque al final caía en la trampa del vicepresidente para entrar en cuestiones colaterales que nada tenían que ver con el debate. Marín tuvo una correcta intervención, bien elaborada. Pero le faltó el golpe final. Buenas formas, buenos argumentos, buen discurso. Mala puntilla.

Mariano Rajoy: Como es habitual en él se bandeó bien, pero sin ganas y volviendo al terreno de las “gracias” y del aparente “buen humor”: una fórmula peligrosa que le impidió realizar una faena en condiciones. Rajoy, que accedía a regañadientes a ser el protagonista de la interpelación, se cubrió las espaldas para no salir dañado y lo logró. Aunque en algunos momentos supo llevar a Marín a su terreno, tampoco consiguió su objetivo para ponerle fin a la controversia.

En definitiva, la polémica no se cerró. El Gobierno se defendió de forma irregular y poco convincente. El PSOE, como es habitual, no supo o no quiso rematar un balón a gol cantado. Por el momento, todo continua donde estaba, aunque con un kilo más de crispación.

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