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Ignacio Villa

¿Y ahora qué?

Pasadas las elecciones gallegas, en el Partido Popular se abren muchas y diversas expectativas. Con el Congreso Nacional en el horizonte, con la sucesión abierta de par en par, con el rumor permanente de una crisis de Gobierno, el ambiente entre los populares es de inestabilidad acompañada por la ansiedad. Los comicios gallegos han sido un buen "cloroformo" para los nerviosos, pero desde ahora ya no hay motivos para el silencio. Desde ahora vale todo, y la piedra de toque significativa se llama "crisis de Gobierno".

Es cierto eso de que a ningún presidente del Gobierno le gusta que le hagan la crisis de fuera. Todos quieren hacer los cambios sin presiones externas. Un objetivo imposible de conseguir, y es que cualquier Ejecutivo —guste o no guste— es susceptible de críticas y sugerencias. Lo que parece indiscutible es que el presidente Aznar tenía una agenda, y esa agenda ha sido dinamitada por el caso Gescartera y por la complicada situación de Rodrigo Rato. Aznar tenía medidos sus movimientos, y quizá ya no coinciden con la realidad de la cosas. Así pues, con las previsiones "patas arriba", es una oportunidad única —dicen algunos— para demostrar capacidad de reacción y frescura. Y añaden que una de las virtudes imprescindibles en un político es saber cambiar el paso, cuando las circunstancias no son las adecuadas. La personalidad de un político, matizan, aparece cuando sabe prescindir de la opinión de sus colaboradores, y más cuando estos están más pendientes de su propia supervivencia que del vigor efectivo del Gobierno.

Aznar tenía su planes y esos planes se han desbaratado. Sabio sería aceptarlo y sobre todo actuar. Muchos son los que en el PP piensan que ya no puede pasar más tiempo. Este Gobierno necesita un cambio, un impulso nuevo, más personalidad y también una más efectiva y completa política informativa. Galicia ha sido un balón de oxigeno, pero no puede servir como excusa para no moverse un ápice. Entre las filas populares ya se comenta sin rubor que no se puede esperar al Congreso, que el Gobierno necesita algo más que un reajuste. Necesita una trasformación. Y es que se piensa que la tibieza en la formas y la ausencia de valentía en la defensa de unos principios está contagiando al Partido y eso hay que frenarlo.

El peligro de no afrontar la realidad ahora es que se puede malograr el Congreso Nacional de enero, e incluso la imagen de la presidencia española de la Unión Europea. Con este panorama, en el PP se respira expectación y también inquietud. Nadie se mueve, todos esperan un gesto necesario, una reacción que, por el momento no ha llegado. Las agendas también deben tener una posibilidad para la improvisación, pero sobre todo para la reacción. ¡Ya veremos!

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