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Ignacio Villa

Zapatero tritura su Hoja de Ruta

La inminencia de las elecciones catalanas en el calendario de este año está provocando que todos sus protagonistas sin excepción muestren la radiografía de sus inquietudes, de sus objetivos, de sus intenciones y también de sus debilidades y contrariedades. El nerviosismo electoral ha dejado a la política catalana sin caretas, sin escondites y sin los habituales vericuetos de la ambigüedad. La trascendencia del resultado que arroje las urnas el próximo mes de noviembre está empujando a los partidos políticos del parlamento catalán a poner encima de las mesa sus verdaderas estrategias.

Las maneras con que en Cataluña se hace la política, desde siempre, oculta en ocasiones el verdadero fondo de la cuestión. El nacionalismo catalán ha empleado siempre sus mejores esfuerzos en una doble dialéctica: buenas palabras en el escaparate y juego sucio por debajo de la mesa. Convergencia i Unió que con el PSOE y el PP ha facilitado la gobernabilidad de España nunca ha ofrecido ese apoyo de forma gratuita. Ha apoyado, de acuerdo, pero siempre con importantes contrapartidas, entendiendo la política de forma mercantilista. Y cuando por decisión de los ciudadanos no han tenido capacidad decisoria en Madrid han optado por la radicalización de las posiciones buscando no se sabe que electorado, pese a que sus apoyos naturales los deberían encontrar en la moderación estable y tranquila. Pero en fin, para bien o para mal, la actitud de Convergencia i Unió tampoco debería sorprender en exceso. Esa manera de "utilizar" la política en beneficio propio es algo congénito a los partidos nacionalistas y, desde luego, trasnochado en una Europa unida en pleno siglo XXI.

Junto a ello, aparece como algo altamente dañino la actitud persistente e intempestiva de los socialistas catalanes. Dañino para el funcionamiento del Estado, para la estabilidad institucional y para la normalidad de la democracia. Una actitud permitida, cuando no alentada y ratificada desde la dirección federal. El permanente desafío de Pascual Maragall a la estabilidad constitucional, su talante posesivo de la verdad, su queja sistemática hacia el resto de España y su permanente aire de superioridad hacia el resto de ciudadanos españoles hacen del proyecto socialista para Cataluña un auténtico esperpento.

Ahora se descuelga, con su reforma del Estatuto catalán con la originalidad de reinventar la Corona de Aragón para Cataluña, en un gesto sin precedentes de ignorancia histórica. Una iniciativa aplaudida por el secretario general del PSOE. Rodríguez Zapatero incapaz de controlar un buen número de incendios internos que se traducen en clamorosas indisciplinas, por lo que parece, ha optado por subirse al carro de las barbaridades. El líder socialista ha decidido firmar con los ojos cerrados todo lo que se le presente desde su propio partido, antes de crear ningún problema. Prefiere ignorar las dificultades antes que solucionarlas e intenta arreglar lo desaguisados "descafeinando" sus contenidos. Y se queda tan ancho. Esta actitud de Zapatero respaldando las "machadas" de Pascual Margall es un grave error estratégico de cara a las elecciones generales. ¿Con que proyecto de España se va a presentar el secretario general del PSOE a las elecciones de 2004? ¿Va a nombrar a Pascual Maragall, asesor personal en cuestiones institucionales y autonómicas? ¿Dónde quiere llegar Zapatero con este mensaje blando, de mano ancha y de falta de disciplina?

Zapatero está cometiendo demasiados errores para intentar ser una alternativa al Gobierno del PP, con un partido nacional y con proyecto para todos los españoles. El secretario general de los socialistas definitivamente ha perdido su "hoja de ruta", con la que en los inicios metió el miedo en el cuerpo al Partido Popular. El Zapatero del principio era un peligro para los populares, el de ahora es un Zapatero indefenso, cada vez más indefenso.

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