En medio de la discusión sobre la reforma del sector petrolero, el Congreso mexicano ha sido secuestrado por un grupo de fascistas, encabezado por un esquizofrénico que está convencido que es un iluminado ungido por los dioses para guiar los destinos de México gobernando desde la calle. Se trata de un individuo que debería estar en la cárcel desde hace años por violar repetidamente las leyes.
Casualmente, en estos días fue publicado el informe 2007 de Transparencia Internacional sobre México. Según el informe, durante 2007 se cometieron en México 197 millones de actos de corrupción que representaron una fraude de 27.000 millones de pesos a las familias mexicanas, siendo las más afectadas las de menores ingresos. Estas destinaron al pago de actos corruptos alrededor del 18 por ciento de sus ingresos, en cuestiones relacionadas con los servicios públicos.
El informe es alarmante y apenas representa la punta del enorme iceberg de corrupción al que nos enfrentamos, ya que a estas cifras hay que agregar la corrupción por trámites que tienen que realizar las empresas ante las diferentes instancias de gobierno, más los actos de corrupción que se dan en la construcción de obras públicas y en el Poder Judicial, particularmente a nivel estatal. México, en relación a la renta per cápita, es uno de los países más corruptos del mundo.
La corrupción de los funcionarios públicos, lo mismo que el uso del poder público para obtener beneficios privados, es un enorme lastre con el que tenemos que cargar todos los días y que deriva en una significativa pérdida de bienestar y en que la economía mexicana experimente, año tras año, un crecimiento notoriamente mediocre. Pero eso no debería sorprendernos; así fue diseñado este país. Un sistema político corrompido que permite privilegios y prebendas para una enorme burocracia, a cambio de lealtad política, derivó en la maraña legal y reguladora de la cual es prácticamente imposible escapar. Hacer negocios en México es muy caro porque esa maraña permite a la burocracia apropiarse, mediante la extorsión y el chantaje, de una parte del flujo de beneficios que generan los proyectos de inversión privada.
Estamos preocupados porque la economía mexicana es vulnerable a la desaceleración estadounidense, porque la infraestructura en México es insuficiente y obsoleta, porque los monopolios gubernamentales son notoriamente ineficientes. Cuestiones, todos ellas, importantes para explicar la mediocre evolución de la economía mexicana. Pero en el discurso político no hay preocupación por derribar la corrupción simplificando las regulaciones. Y así seguiremos siendo un país subdesarrollado, sin equidad, que fomenta la multiplicación de corruptos mesías tropicales.
