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Isabel Durán

Las cartas portuguesas de Zapatero

Vuelven los policías corruptos, los métodos mafiosos y la perversa utilización de los aparatos del Estado en beneficio del poder establecido, saltando por encima de lo que haga falta.

Zapatero y Rubalcaba se ciscan en el Estado de Derecho y en la Justicia. Pretenden maniobrar arteramente para que se revoque la sentencia judicial que condena a tres policías por haber perpetrado las primeras detenciones políticas de la democracia. Una militante socialista aparece ahora en escena a través, como no, de la cadena amiga y asegura ser testigo de la inexistente agresión a Bono en la manifestación de la AVT. Rubalcaba dice en el Congreso que "vio la agresión con sus propios ojos" y ahora sólo falta que Cándido Conde Pumpido entre en escena y ordene que se investigue tan relevante testimonio.

Esto recuerda, y de qué manera, al episodio de las tristemente famosas cartas portuguesas en pleno fragor judicial de los GAL; una maniobra que pretendía introducir falsos testimonios que concluyeran en la exculpación de los policías implicados en la guerra sucia de los gobiernos de Felipe Gonzalez. En 1988, el abogado de Amedo, Jorge Argote, logró hacerse con unas providenciales cartas de unos mercenarios portugueses que trabajaron a sueldo para el subcomisario. En ellas, los delincuentes corregían su versión inculpatoria contra Amedo y Domínguez aduciendo que si una vez declararon en contra fue porque les prometieron beneficios penales lo que, dicho sea de paso, también nos recuerda a la operación contra Zaplana que hemos conocido estos días. Era público y notorio que aquellas cartas eran falsas. Una prueba fabricada. Lo insólito –en esos días, porque ahora empieza a convertirse en cotidiano– fue que el entonces Fiscal General del Estado, Javier Moscoso, ordenó al fiscal adscrito al caso que enviara a Portugal una comisión rogatoria con el fin de investigar a fondo el asunto.

La guerra sucia ha comenzado de nuevo y se reedita con una pasmosa similitud con la etapa más negra del felipismo. Vuelven los policías corruptos, los métodos mafiosos y la perversa utilización de los aparatos del Estado en beneficio del poder establecido, saltando por encima de lo que haga falta. Y con ella, Rubalcaba, el alquimista de La Moncloa de entonces, se convierte hoy en un remake de sí mismo capaz de asegurar, bajo la mirada atónita e incrédula de propios y extraños, que "vio con sus propios ojos que hubo agresión". La SER le ha puesto la coartada en bandeja al Gobierno. ¡Ánimo Cándido, que los fiscales son los "hilos conductores" del Parlamento!

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