Todos somos Pilar Manjón y José Alcaraz. Durante una hora Manjón ha sumido al Parlamento en el abismo del dolor. El desgarrador testimonio de la presidenta de la Plataforma de Víctimas del 11-M ha estremecido la Carrera de San Jerónimo. Acto seguido Alcaraz ha puesto los puntos sobre las íes: ¿se van a subvencionar los viajes desde Marruecos a los familiares de los asesinos del 11-M?, ¿van los ayuntamientos a realizarles homenajes? Sus preguntas retóricas han retumbado en las paredes del Congreso, ante la mirada insostenida de algunos comisionados.
Sería demasiado fácil sumarse hoy al linchamiento público de los políticos. Sólo diré lo que ya he mantenido a lo largo de todo este tiempo. Hemos asistido a un espectáculo bochornoso desde el inicio de la Comisión en el mes de julio. Cada sesión debería haberse iniciado con el testimonio previo de una víctima y nos hubiéramos ahorrado el terrible circo político. Lo tengo escrito también desde esta columna: sólo la no retransmisión de la Comisión por parte de la televisión ha salvado a la clase política del descrédito total y definitivo.
La lección moral impartida por Alcaraz pasará a los anales de la Historia del Parlamento. Las víctimas tienen voz. Sus críticas certeras hacia los medios de comunicación, las investigaciones judiciales, las instituciones públicas, la sanidad o los partidos políticos han estremecido a todos. Discrepo de Manjón sin embargo en cuanto a la conveniencia del cierre de la Comisión y algunas apreciaciones sobre la responsabilidad de los hechos.