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Isi Leibler

Hacia un año de renovación

El Gobierno Olmert quizá debería poner mayor énfasis en el hecho de que la distancia entre Teherán y Tel Aviv es la misma distancia que entre Tel Aviv y Teherán.

No hay duda de que el 5767 fue otro año horrible. Pero después de adentrarnos en el Año Nuevo hace unas semanas, y aunque no perdamos de vista de las amenazas muy reales a las que hacemos frente, deberíamos abstenernos de nuestras inclinaciones masoquistas y poner fin a la atmósfera imperante de abatimiento y condena.

La amenaza existencial procedente de un Irán nuclear es muy real. Pero Nueva York, Londres y todas las ciudades importantes no son menos objetivo del terrorismo nuclear que Tel Aviv. Además, al margen de las alucinaciones mesiánicas de Ahmadineyad, los iraníes vacilarían antes de emplear armas nucleares contra un Estado que tiene su capacidad de respuesta en perfecto funcionamiento. El Gobierno Olmert quizá debería poner mayor énfasis en el hecho de que la distancia entre Teherán y Tel Aviv es la misma distancia que entre Tel Aviv y Teherán.

A pesar de las predicciones cotidianas de una guerra inminente, nuestra situación es hoy incuestionablemente mejor que en los años inmediatamente posteriores a la catástrofe de Oslo. Y ciertamente no tiene comparación ninguna con 1967 o 1973, cuando nos tuvimos que enfrentar de verdad con nuestra aniquilación.

Con el tiempo, el triunfo de Hamás en Gaza hasta podría convertirse en una bendición disfrazada. Después de todo, los terroristas "moderados" de Fatah asesinaron a muchos más israelíes que Hamás. La diferencia está en que los falsos líderes de Fatah –incluyendo a Mahmoud Abbás– hablan falsamente de "paz" mientras continúan dando sus bendiciones al terror. En cambio, Hamás proclama explícitamente su objetivo de destruir Israel. Al hacerlo, priva a quienes apoyan a los palestinos de excusas con que justificar su hemiplejia moral, farfullar incoherencias sobre supuestos ciclos de violencia y diluir las diferencias entre víctimas y asesinos.

Aunque Hezbolá no se ha atrevido a disparar un solo misil contra Israel desde el final de las hostilidades, aún nos encontramos desacreditados por la desastrosa segunda guerra del Líbano. Pero tenemos que recordar que los fracasos se debieron a nuestros incompetentes líderes, no al pueblo, que mostró una vez más su extraordinario valor y determinación. Y si bien nuestros líderes militares se volvieron autocomplacientes, tampoco hay duda de que el ejército está sufriendo hoy una reforma dramática.

Además, si en contraste a lo sucedido con Hezbolá, llegásemos a tener que hacer frente a una guerra total, Dios no lo quiera, nuestros enemigos sabrían que tenemos la capacidad bélica para pulverizarlos.

De hecho, la historia bien podría definir la segunda guerra del Líbano como la llamada de advertencia que nos sacó de nuestro letargo y nos obligó a restaurar al ejército a su lugar como uno de los ejércitos civiles más importantes del mundo. De no habernos enfrentado a Hezbolá, a día de hoy aún estaríamos dudando si recurrir a la disuasión. Además, un ejército sin la adecuada preparación hubiese tenido que enfrentarse posterior e inevitablemente a adversarios más avanzados en una confrontación más dura, que podría haber terminado en desastre.

En la diáspora, el antisemitismo continúa proliferando. Pero ahora nos damos cuenta de que la ausencia de antisemitismo como consecuencia del Holocausto fue una ilusión. En cuanto se presentó la oportunidad de demonizar a Israel como sustituto de los judíos individuales, los antisemitas salieron en manada del armario. Pero sugerir que el estatus de paria de los judíos en algunas comunidades de la diáspora representa una amenaza existencial comparable a la de los años 30 es una tontería. Hoy existe un Estado judío con la capacidad de defender y conceder asilo a los judíos de todo el mundo.

Cierto, en Israel aún nos enfrentamos con problemas serios. Pero una de nuestras mayores debilidades es la inclinación a exagerar nuestros fallos y nuestras carencias.

La corrupción alcanza niveles realmente obscenos. Pero la tendencia indiscutiblemente ha cambiado. Cuando un presidente, un primer ministro o los ciudadanos más poderosos de la nación se ven obligados a someterse a un escrutinio más intenso que los ciudadanos corrientes, es una señal de que el poder del pueblo se está volviendo eficaz.

La continuada presencia de líderes políticos fracasados es el talón de Aquiles de Israel. Pero sus días están contados. Y lo que es más importante, en la opinión pública ha tenido lugar un cambio sustancial; en ella lo que más destaca es el reconocimiento de que la mayor amenaza para la nación procede de sí misma.

Los israelíes están comenzando a darse cuenta de que los objetores de conciencia laicos y el voluntarismo y el compromiso que imperan en los círculos sionistas religiosos son un producto colateral de sistemas educativos dispares.

El debilitamiento de los valores judíos y el orgullo nacional y la infiltración de las ideas post-sionistas han abierto el camino al postmodernismo, el hedonismo y el nihilismo. Ahora aparecen llamamientos a reforzar la herencia judía y el sionismo dentro del sistema educativo. Si eso conduce a reforzar la identidad judía y la autoestima nacional entre la próxima generación de israelíes, se neutralizaría la mayor amenaza a largo plazo para nuestro futuro.

En Rosh Hashana es obligatorio que recordemos que a pesar de todos nuestros problemas, seguimos siendo la generación judía más afortunada y bendecida en más de 2.000 años de exilio y persecuciones, y que Israel aún es el mayor éxito de nuestro siglo anterior.

¿Quién habría podido soñar que medio siglo después de Hitler, los descendientes de los supervivientes del Holocausto y los refugiados judíos procedentes de los países árabes, sin tener dónde caerse muertos, serían capaces de crear un Estado judío con uno de los ejércitos más poderosos del mundo, por no mencionar su dinámica economía y su próspera metrópolis?

Nunca hubo ningún periodo de la historia judía en el que no hiciéramos frente a enemigos. Pero siempre triunfamos.

Mientras entramos en el 5768 y nos acercamos a la celebración del 60 aniversario de Israel, ya no nos hacemos ilusiones de lograr la paz en nuestro tiempo. Sin embargo, aún podemos alegrarnos al darnos cuenta de que somos más capaces de defendernos contra aquellos que buscan nuestra destrucción que en ningún momento anterior de la historia judía.

En vez de quejarnos, deberíamos concentrarnos en crear una sociedad justa basada en los valores judíos y esforzarnos por lograr nuestro objetivo original de convertirnos en la Luz de las Naciones.

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