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Itxu Díaz

El orgullo de ser un paleto

El diablo, cuando se aburre, mata moscas con el rabo, y Carmena, cuando no tiene en el horizonte una cita electoral, enseña su verdadero rostro.

El diablo, cuando se aburre, mata moscas con el rabo, y Carmena, cuando no tiene en el horizonte una cita electoral, enseña su verdadero rostro.
Manuela Carmena, ex alcaldesa de Madrid | EFE

El silogismo me lo sirvió Carmena en su bandeja de plata para madalenas. Los intelectuales y urbanitas votan a la izquierda. Los paletos y los analfabetos votan a la derecha. De modo que celebro mi indigencia intelectual y mi origen provinciano, rayano en lo cavernícola. Como conservador, nada me divierte más que golpearme el pecho al amanecer, cazar mamuts a mordiscos y quemar libros. Eso y no votar a progresistas que, desde su elevadísimo autoconcepto, intentan despreciarnos solo porque no nos gusta la prosa de Saramago, ni los comunistas caviar ni los huertos urbanos.

El diablo, cuando se aburre, mata moscas con el rabo, y Carmena, cuando no tiene en el horizonte una cita electoral, enseña su verdadero rostro. Tres días de entrevistas para mostrar las dos caras: la de abuelita que se finge adorable y la de la comunista acomodada que es. Así, en un festival de confesiones accidentales, dice la exalcaldesa que donde más le votaron no fue en Vallecas sino en "toda la zona más intelectual, como Malasaña", y que "mucha gente que no tiene un conocimiento de los programas se deja llevar por la simpatía". Traduzco del carmení al español: los iletrados votan a la derecha. O, dicho en el lenguaje de aquel célebre pensador socialista y finísimo orador que fue alcalde de Getafe: "¿Por qué hay tanto tonto-los-cojones que todavía vota a la derecha?".

La exalcaldesa es estos días un huracán de intelectualísimas descalificaciones. Asegura que prohibió un belén en Madrid porque le parecía "de pueblo, paleto". También hay para los policías: son buenos, dice, e inmediatamente después añade que la formación militar que reciben les hace ser violentos. E insiste en que los obreros son lerdos: "Hay trabajadores que adoptan actitudes más tradicionales o menos críticas que, sin embargo, en un ambiente más intelectual pueden cuestionarse". Emerge aquí un clásico del progresismo, la reverencia al intelectual y la adoración al pedante, obviando que se puede ser un perfecto idiota después haber leído un montón de libros. Mírame a mí.

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Desde su prepotencia moral, Carmena imparte estos días muchas lecciones a Isabel Díaz Ayuso, no sin antes desparramarse en piropos estéticos para decir que está como un queso –"ha adelgazado un huevo, está muchísimo más guapa"–, en lo que yo, aún cazurro, pueblerino, y estando de acuerdo, he detectado, además de gordofobia, un micromachismo como los huevos de un minotauro.

Por lo demás, en una suerte de reivindicación de lo bonito, el diálogo, la democracia, las madalenas, lo woke-woke y el ambientalismo, Carmena sigue empeñada en cambiar el mundo, sea cual sea nuestra voluntad, la de sus palurdos moradores. Y yo, provinciano y vulgar, cuando la escucho alabar que la ONU apueste por "una mayor justicia social e igualdad", aparte de agarrarme la cartera, preso de una profunda melancolía, pienso inevitablemente en aquello que detectó hace años P. J. O’Rourke en All the Trouble in the World:

Todo el mundo quiere salvar el planeta, pero nadie quiere ayudar a mamá a lavar los platos.

Según he podido indagar, esta reaparición de Carmena, recién descendida de los altares progres, acompañada por su séquito de Reyes Magos –aquellos que en su cabalgata vistió Satanás–, se debe a que ha dado a luz a un libro, 264 páginas, unos 400 gramos de selva amazónica que se irán al infierno por cada ejemplar, sacrificados para la causa comunista.

Al fin, con la dificultad propia del analfabeto de provincias que soy, he leído la interminable ristra de entrevistas que le están haciendo estos días y, cuanto más se explaya, más escucho la voz de Wodehouse diciendo aquello de:

Nos contó durante tres cuartos de hora cómo logró escribir su maldito libro, cuando una simple disculpa habría sido suficiente.

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