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Iván Vélez

Erra y Ponsatí: fenotipos y leyenda negra

Otros fueron los espejos en los que se miró Hitler y el democrático colectivo nacionalsocialista sobre el que se apoyó para alcanzar el poder.

Otros fueron los espejos en los que se miró Hitler y el democrático colectivo nacionalsocialista sobre el que se apoyó para alcanzar el poder.
'Expulsión de los judíos de España (año de 1492)', de Emilio Sala | Museo del Prado

Creemos que nuestro pueblo es de una raza superior a la de la mayoría que forman España. Sabemos por la ciencia que somos arios. […] También tenderemos a expulsar todo aquello que nos fue importado de los semitas del otro lado del Ebro: costumbres de moros fatalistas.

Así, en un vano intento de justificar su racismo con una apelación a la ciencia, se manifestaba en 1900 el dramaturgo federalista barcelonés, Pompeyo Gener. Arrumbada había quedado la bata blanca con la que intentó convertirse en médico, mas no determinado influjo frenológico con el que trató de establecer el hecho diferencial craneano que, a su juicio, distinguía a los catalanes, arios al cabo, de los semitas avecindados al sur del Ebro.

Ciento veinte años más tarde, Anna Erra, alcaldesa de Vich, integrada en la misma facción del supremacista Torra, tomó la palabra en el Parlamento de Cataluña para criticar que los "catalanes autóctonos" se dirigieran en castellano (sic) a toda aquella persona que "por su aspecto físico o por su nombre no parezca catalana".

La jornada tuvo, además, un foco negrolegendario europeo localizado en la ciudad francesa de Estrasburgo, donde la sediciosa huida, Clara Ponsatí, lanzó al aire del Parlamento Europeo la siguiente frase: "Uno de los crímenes más graves contra el pueblo judío tuvo lugar en 1492, cuando los denominados Reyes Católicos ordenaron su expulsión. Este primer episodio de antisemitismo de Estado fue admirado por Hitler, que trató de superarlo", desahogo tras el cual trató de establecer un paralelismo entre los judíos y los catalanes, víctimas ambos, a su parecer, de la secular intolerancia española.

Como es natural, semejantes afirmaciones desencadenaron un alud de críticas a la que nos sumamos por medio de este escrito. Lo primero que sorprende de las afirmaciones ponsetianas es que estas se hayan realizado en territorio francés, del cual los judíos fueron expulsados hasta en cinco ocasiones entre finales del siglo XII y mediados del XV. En cuanto a la supuesta inspiración hispana de Hitler para llevar a cabo el Holocausto, ha de saber nuestra compatriota doña Clara, que el "Führer" tenía de Isabel la Católica una muy negativa imagen que le llevó a decir que la reina castellana era "la mayor ramera de la Historia". Conviene, además, establecer distancias nítidas entre los motivos que llevaron a los Reyes Católicos, decisión en la que parece ser que tuvo más que ver Fernando que Isabel, a expulsar a los judíos, y las que movieron a Hitler a adoptar la "Solución final". Una diferencia que orbita en torno a la cuestión racial y que es favorable a los reyes españoles, por cuanto estos permitieron la permanencia de todos aquellos judíos, a despecho de su supuesto fenotipo, que abrazaran la fe católica, mientras que en la decisión hitleriana lo que pesaron fueron motivos muy cercanos a los cultivados por el pretendidamente ario Gener.

Otros fueron, en efecto, los espejos históricos en los que se miró Hitler y el democrático colectivo nacionalsocialista sobre el que se apoyó para alcanzar el poder. Nos estamos refiriendo, naturalmente, al muy antisemita Martín Lutero, firme partidario del uso del fuego contra los hebreos, cuya efigie convivió con la esvástica dentro de una propaganda nazi que a principios de 1941 abandonó la tipografía gótica al descubrir su origen judío. Meses antes, la ciudad holandesa de Róterdam había quedado devastada bajo las bombas alemanas, que destruyeron la cuna de ese mismo Erasmo que, tras recibir, por dos veces, la invitación del cardenal Cisneros para visitar Alcalá y participar en la Biblia Políglota, escribió una carta a Tomás Moro en la que incluyó su célebre "Non placet Hispania", fórmula con la que expresó su desagrado en relación a una nación con excesiva cantidad de judíos.

Manipulaciones históricas e impúdicas manifestaciones, todo sirve a una causa, la lazi, marcada por una constante pulsión racista que se abre paso con cierta frecuencia y que cuenta con innumerables precedentes. Por citar alguno, podríamos acudir al federalista Valentín Almirall, autor de una obra, El Catalanismo. Motivos que lo legitiman. Fundamentos científicos y soluciones prácticas, en la que se invoca también a la ciencia y en la cual podemos hallar manifestaciones del siguiente jaez:

España no es una nación una, compuesta por un pueblo uniforme. Más bien es todo lo contrario. Desde los más remotos tiempos de la historia, una gran variedad de razas diferentes echaron raíces en nuestra península, pero sin llegar nunca a fusionarse. En época posterior se constituyeron dos grupos: el castellano y el vasco-aragonés o pirenaico. Ahora bien, el carácter y los rasgos de ambos son diametralmente opuestos.

El grupo central-meridional, por la influencia de la sangre semita que se debe a la invasión árabe, se distingue por su espíritu soñador [….]. El grupo pirenaico, procede de razas primitivas, se manifiesta como mucho más positivo. Su ingenio analítico y recio, como su territorio, va directo al fondo de las cosas, sin pararse en las formas.

Años más tarde, el secesionista Daniel Cardona, que participó en la fundación del grupo Bandera Negra, percibió las diferencias entre los que Anna Erra ha llamado "catalanes autóctonos" y los que no tenían la dicha de serlo. "Un cráneo de Ávila, no será nunca como uno de la Plana de Vic. La Antropología habla más elocuentemente que un cañón del 42", sentenció quien participara en la bufa intentona de proclamación de la República Catalana, tras la cual, del mismo modo que Puigdemont y su cohorte de fugados protegidos por Europa, cruzó los Pirineos.

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