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Javier Gómez de Liaño

Un duelo pintoresco

Hace una semana, el subcomandante Marcos, jefe de la guerrilla zapatista, en una carta publicada en el periódico mejicano La Jornada, lanzó una retahíla de insultos contra el Rey, el presidente Aznar, el ex presidente González y el juez Garzón. De los ofendidos, sólo el juez replicó a Marcos, a quien, a continuación, retó a un debate “sin máscaras”. Ni corto ni perezoso, el líder zapatista ha aceptado el desafío: se celebraría en Lanzarote, entre el 3 y el 10 de abril del año que viene y ante la mirada de un jurado de composición mixta. Marcos ha prometido que si pierde, Garzón podrá quitarle la capucha.

Comprendo que al juez Garzón le resultara doloroso que el líder guerrillero le llamara lo que le llamó y le reprochara lo que le reprochó, aunque no más que pudo herir al resto de los ofendidos. No digamos cuando esos denuestos e improperios a quienes injurian, de verdad, es a los españoles.

Mal, muy mal, hace el subcomandante Marcos ofendiendo como lo ha hecho, pero también es posible que el señor juez olvida que hace tiempo que dejó de ser un juez del montón, un funcionario corriente y moliente de los muchos que pasan por la vida sin dejar huella, y, en consecuencia, nada de lo que haga y acontezca a su alrededor le es indiferente a nadie. Me temo que el señor Garzón se ha apoyado en la lejanía o, mejor dicho, ha puesto los ojos en la internacionalización de su persona, pero que no ha medido bien las distancias.

No sé en qué quedara este insólito episodio, pero para mí que el juez Garzón no debió entrar al trapo del insurgente Marcos, y, menos aún, retarle a duelo, aunque tampoco descarto que, una vez más, fuese el ansia de notoriedad el que le impidiese ser discreto. También ignoro cómo acabará la cosa. ¿Aceptará Garzón lugar, fecha y condiciones del duelo?

Gracián –el tocayo del señor juez–, de quien jamás deberíamos cansarnos de aprender, pensaba que es muy frecuente que para remediar una necedad se cometan otras cuatro. La ofensa llama a la ofensa, pero también la necedad produce necedad. A nadie gusta que le digan ciertos disparates, pero hay ocasiones y lances en que lo mejor es hacer oídos sordos. Ante las palabras del jefe del Ejército Zapatista, que según he podido saber lleva en las venas sangre zamorana, cualquier hombre templado renuncia a la polémica, por lo demás, estéril. A los impulsos –también a los caprichos– hay que sujetarlos, o sea embridarlos. Al margen de aciertos –a no dudar, que los ha tenido–, el juez Garzón con frecuencia escribe su propia historia judicial a base de golpes de efecto y ruidos de trombón que, luego, rebotan sobre los platillos de la balanza de la Justicia.

Pese a todo, a mí esta refriega entre el juez y el combatiente zapatista me suena a toreo de salón, donde nunca la sangre llega al río. El duelo entre ambos está más teñido de estupidez que de valor, de afán de notoriedad que de bravura. Vamos, un duelo de cara a la galería. Hay gente que tiene una excesiva afición a desencadenar tormentas que luego quedan en nada. El tingladillo montado por el juez y el guerrillero es una tempestad en un vaso de agua en el que los protagonistas soplan con todas sus fuerzas.

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