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Javier Moreno

Esto solo lo arreglamos entre todos

Somos una colectividad compuesta de individuos egoístas que miran por su interés y el de los suyos más próximos, y que sólo se coaligan con otros para mejor perseguir esos intereses personales y familiares.

"Esto solo lo arreglamos entre todos". Así reza el lema de la nueva campaña de marketing orquestada por la progresía patria para salvar la cara del Gobierno. La crisis es lo de menos.

Intencionadamente o no, el técnico en marketing que propuso la idea y quienes con posterioridad la promovieron o sumaron sus voces a ella, favorecen la imagen de la sociedad más del gusto de quienes detentan el poder. Un conjunto de dóciles ovejas que, en manos del buen pastor, pacen en paz, felices, en inmensas praderas repletas de brotes verdes.

El ideal inalcanzable, sin embargo, está en los insectos sociales. En ellos la individualidad se diluye en el colectivo hasta tal punto que no es desacertado calificar sus sociedades como superorganismos. Así lo hizo Edward O. Wilson, el mayor experto mundial en hormigas. Esta peculiaridad de algunos himenópteros se debe a su constitución genética, que hace que las hermanas de la colonia compartan 3/4 de sus genes entre sí. No sólo son familia, sino que, a diferencia de las demás familias en la naturaleza, para cada uno de ellas las otras son casi ella misma. A partir de esta evidencia, William D. Hamilton sentó las bases de la comprensión del altruismo en la evolución y en la naturaleza con su teoría de la selección por parentesco. Los animales arriesgan su bienestar y sus vidas por los suyos, entendiendo por tales los que comparten con ellos mayor número de genes.

Nosotros, los humanos, compartimos con nuestros hijos, nuestros padres y nuestros hermanos, por término medio, la mitad de nuestros genes. Si ponderamos esto con la edad de cada familiar y sus posibilidades de dejar descendencia viable tenemos lo que cada cual vale biológicamente para nosotros. Aquellos que no comparten con nosotros sus genes pueden por supuestos despertar nuestra simpatía, pero han de hacer méritos. Tenemos que tener cosas en común con ellos: aficiones, intereses, amenazas u oportunidades. De no haber tales cosas por medio, los demás son, con toda justicia, extraños. Más aún si constituyen una amenaza o potencial amenaza a nuestra seguridad o bienestar. En la medida en que compitan con nosotros por los recursos son adversarios, enemigos. Nuestra tendencia natural a rechazar al extraño, al extranjero, está en la base de todas las xenofobias, racismos y discriminaciones que con tan buenas palabras tratan de solventar algunos. Cuanto más grave, delicada, insegura sea nuestra situación, con tanta más fuerza nos replegaremos en los nuestros y desplegaremos nuestra batería de aversión a los otros.

Así que la crisis no podemos resolverla todos juntos. No somos un rebaño bien avenido. Somos una colectividad compuesta de individuos egoístas que miran por su interés y el de los suyos más próximos, y que sólo se coaligan con otros para mejor perseguir esos intereses personales y familiares.

Si a esto le sumamos que el pesar y el desánimo imperantes son consecuencia y no causa de la crisis, comprenderemos que es imposible salir de ella con un conato de sonrisa "social". Guillaume Duchenne lo demostró ya en el siglo XIX: la sonrisa auténtica no surge de un acto de voluntad. La bautizada como sonrisa de Duchenne, la verdadera, se da en personas con el rostro paralizado. No así la forzada sonrisa social. Esa se la dejamos a los progres.

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