Poca atención se le ha prestado, como es lógico, por lo demás, en el mundo actual. Sólo se trata de un “detalle”, si se quiere, pero a mí me ha ultrajado tanto como lo sustancial. Lo sustancial es lo que ocurrió el otro día, cuando el señor Rodríguez se puso a negociar con un delincuente –o cómplice de los delincuentes con quienes sacó adelante su plan– las modalidades de liquidación de Ex-paña. Cuando alguien, con premeditación y alevosía, viene a asaltar tu casa, ¿qué cabe negociar?… Las condiciones de la rendición, sin duda. ¿Qué podía negociarse el otro día en los salones de la Moncloa? Sin duda, la adición de vaselina con que, a la catalana o socialista manera, la penetración final se haga con mayor delicadeza y suavidad.
Estaba, pues, el presidente de los ex-pañoles y las ex-pañolas departiendo durante varias horas con el de los baskos y las baskas. Forzado por las circunstancias, el primero hasta había abandonado su meliflua sonrisa habitual. Sin embargo, lo que me llegó al alma, lo que me zahirió aún más, fue que, mientras Bambi rogaba a su invitado que la liquidación no fuera demasiado brutal, las cámaras nos iban mostrando otra que los señores Rodríguez ya se habían encargado de perpetrar.
Resulta que los salones de su palacio han sido remodelados por los nuevos inquilinos. Y ahí donde colgaban hasta ayer esplendorosos tapices de Goya, figuran ahora… dibujos de Miró y, si mal no recuerdo, garabatos de Tàpies o de algún otro. Es posible que algunos de tales cuadros ya estuvieran desde antes en los aposentos monclovitas, pero –tal era la información televisiva– nunca habían sustituido a los tapices de Goya en el salón principal. Cuyo mobiliario, además, ha sido totalmente cambiado. ¡Fuera las suntuosas mesas, los espléndidos sillones, las relumbrantes lámparas, las antiquísimas alfombras…! Del pasado hagamos tabla rasa, como dice La Internacional. Todo es ahora de diseño: gris, liso, funcional, como en la oficina de cualquier ejecutivo de cualquier multinacional. No fuera caso que la modernez tecnocrática de nuestros jerarcas se viera empañada por la belleza y el peso de la Historia.